El 6 de
febrero arranca el juicio contra el ex president de la Generalitat, Artur Mas,
Joana Ortega, ex vicepresidenta, e Irene Rigau, ex Consejera de Enseñanza. Ya
saben ustedes por qué. El jueves pasado,
un grupo de entidades soberanistas han llamado, en rueda de prensa, a que los
ciudadanos «asuman la posibilidad de solicitar un día festivo» para participar
en la movilización de apoyo a los encausados. A su vez, Jordi Sánchez, una de las cabezas visibles del movimiento secesionista ha
remachado el clavo con unas palabras que merecen el mayor detenimiento: «Nada más lejos de una voluntad de coaccionar, toca estar».
Comoquiera
que siempre hay personas que leen en diagonal repito: «Nada más lejos de una
voluntad de coaccionar, toca estar». La
pregunta, nada inocente, es esta: ¿a qué se debe esta cautela de que no hay
«voluntad de coaccionar»? Más todavía, ¿quiénes son los hipotéticos
coaccionados? Y también: ¿quién es el sujeto coaccionador?
Vamos
a descartar a unos cuantos. El trabajador de la empresa privada no es el
coaccionado, aunque –por si las moscas--
puede sentirse inquieto. Los quiosqueros, taberneros, pescaderas y
peluqueras tampoco son los destinatarios del aviso. Quedan, pues, los
funcionarios públicos y laborales de la Generalitat y de los ayuntamientos, que
gobiernan los secesionistas. «Nada más lejos de coaccionar, toca estar». La excusa
que no se ha pedido es una acusación manifiesta, decían los viejos manuales de
retórica.
Nadie
les ha conferido autoridad a estos matones para ejercer coacción alguna. Así es
que lo grave del asunto es que quienes amenazan se sienten auto legitimados para
avisar con tan elíptica contundencia. Más todavía, ¿en qué consiste tal
amenaza? En algo tan eficaz como meter miedo, a lo que pueda pasar, a lo
inconcreto, a que todo ello pueda ser posible. Afirmo que eso va más allá de lo
meramente totalitario.
Ahora
bien, comoquiera que hay que darle una cierta concreción física a la amenaza,
añadiremos algo más: a todos aquellos que van a participar en los actos de
protesta se les pide que se inscriban en una lista. No es una cuestión técnica:
se trata de saber quién está con Dios y quién con el Diablo. Aquellos funcionarios
que no se inscriban serán señalados. Y lo que es peor: se sentirán señalados. El
miedo organizado a tener miedo.
Hasta
la presente nadie ha caído en el detalle de ese «nada más lejos de una voluntad
de coaccionar». Nadie lo ha
desautorizado.
Es preocupante
el genoma de quienes han planteado esa amenaza, quienes la justifiquen por
activa, pasiva y perifrástica. Y cretinos hasta el colodrillo aquellos que
callen. La sombra del somatén es preocupantemente alargada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.