Hay una desmemoria intencionada
que intenta ocultar los antecedentes de lo que en un momento concreto se
intenta poner en marcha. Los organizadores de esta desmemoria intencionada se
presentan como los innovadores de ciertos usos políticos, esperando que tal vez
nadie les llamará la atención. Pongamos que hablo de ese instrumento de las primarias. Poco importa ahora dilucidar
qué partido fue el primero en usarlas. Lo que vale la pena es saber el origen
en nuestro país de esta experiencia. Así pues, reto a desmentir lo que viene a
continuación.
En las primeras elecciones
sindicales, ya en democracia (1978),
al menos en Cataluña –ahora no recuerdo si también en otros
lugares-- se impuso una costumbre para
seleccionar los nombres y el orden en la lista de la candidatura de Comisiones Obreras. Los candidatos se apuntaban, la
asamblea (de afiliados y no afiliados) discutía y votaba nombre por nombre con
el lugar que debía ocupar en la lista. Esta costumbre se impuso y se generalizó
en la gran y mediana empresa. Cierto, no tenía rango estatutario, pero acabó
arraigándose. Vale la pena decir que no había necesidad alguna de campañas
electorales: la persona era suficientemente conocida por su trayectoria en el
centro de trabajo. Esa era la mejor garantía. De tan razonable costumbre
salieron los dirigentes del sindicato. Y en tan participativa técnica se forjó
una democracia sindical próxima, cercana; vecina, he llamado en otras
ocasiones.
Que dirigentes de unos u otros
partidos se ufanen de ser los primeros en el uso de las primarias cabe dentro
de su interesada auto referencia, pero que los politólogos y analistas digan
llamarse Andana es
algo alarmante. Les recomendamos más investigación y, sobre todo, los
acreditados rabillos de pasas que, se decía antiguamente, que era un remedio
eficazmente casero contra la falta de memoria.
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