Algunos conocidos me escriben, y
preguntan –con un matizado desacuerdo--
el por qué de mi insistencia sobre el referéndum como desenlace a un
hipotético pacto de pensiones. Me entran ganas de responder con un escueto «¿y
por qué no?». Comoquiera que mi respuesta nos llevaría a un callejón sin
salida, me propongo insistir en la materia, no sin añadir que en mi artículo de
ayer, Nuestras pensiones a
debate, apuntaba una serie de argumentaciones
que, al igual que aquel Pereira, sigo sosteniendo (1).
Premisa mayor. El
sindicalismo español (en adelante, el sindicato) tiene el monopolio de la
negociación gracias a la Ley. No lo critico, pero saco conclusiones. No
obstante, por unas u otras razones, el nivel de afiliación al sindicato es
bajísimo. Que ello quede paliado por la representación de los comités de
empresa es harina de otro costal, pero
no es esta la discusión acerca de la relación monopolio de la negociación y
escasa afiliación.
Premisa menor. Si
las cosas son de esta manera se puede llegar pacíficamente a esta conclusión,
al menos en el caso de la negociación de las pensiones: el sindicato está
legitimado por ley, pero no por la mayoría de los afectados por las
jubilaciones y pensiones. Quede claro: esto no es un desdoro del sindicato,
sino simplemente un problema, que parte de un dato incontestable: la inmensa
mayoría de esas personas no están afiliadas al sindicato.
Premisa chica. No
es lo mismo un sindicato-de-los-trabajadores
que un sindicato-para-los-trabajadores.
Esto no es un juego travieso de palabras, sino la constatación de que ambas
preposiciones –de y para—indican cosas muy diferentes. El primero expresaría la posesión y pertenencia del sindicato por
parte de los trabajadores. El segundo, perfectamente legítimo, indica que los
trabajadores son un cuerpo ´tutelado´
desde fuera. El primero, que goza de la prerrogativa de la Ley, es
consciente de que le falta un enorme cacho de representación (estamos
refiriéndonos ahora al tema de las pensiones) para negociar en nombre de esa inmensa mayoría; el segundo,
que se aprovecha instrumentalmente de la Ley, da por natural que sea de ese
modo y lo considera una situación definitivamente dada.
En
consecuencia, el sindicato-de-los-trabajadores
pretende corregir esa anomalía mediante la participación activa e inteligente
de aquellos que no están afiliados. Es decir, añade la participación del
conjunto asalariado al monopolio de la negociación que le concede la Ley.
Premisa más chica. La técnica del referéndum empieza a tener,
como aquel que dice, mala prensa. La izquierda empieza a desconfiar un tantico
de ella. Digamos que se ha degradado también por un uso banal de ese
instrumento y porque, todo hay que decirlo, quienes recurren a dicha consulta
lo hacen de manera desresponsabilizada. Ni ejercen ningún papel en la dirección
de ese instrumento. Es una postura camaleónica, una prevención ante sus
resultados.
Estamos
hablando de una técnica que no puede ser a la remanguillé, esto es, desordenada
o a estilo compadre. Debe tener sus normas, los quórums y demás procedimientos
que la validan. En suma, se trata de un estilo capaz de dar voz a los que nunca la han tenido.
Acabando.
Cuando se negocian asuntos que también afectan a millones de personas, que no
han dado el mandato para ello, es preciso afinar la puntería ofreciéndoles
capacidad de decisión. Es un inmenso gentío que tiene una relación inespecífica
con el sindicato –esto es, sin parentesco alguno— pero que con relativa
frecuencia se preguntan aquello de «¿qué hacen los sindicatos?». Una
interrogante que duele, como no puede ser de otra manera, a miles de
sindicalistas. Pero que, tal vez, puede tener esta explicación: por lo general
el sindicato no ha exhibido suficientemente lo mucho que ha conseguido; un
sindicato que siempre ha sido excesivamente austero en la valoración de sus
conquistas. Y, además, todavía no ha sabido establecer un contrato moral con
esos millones de personas que nunca se afiliaron.
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