Nunca como en estos días se
había hablado tanto de la militancia. Antes, durante y después de OK Ferraz es la palabra más recurrente: militancia por aquí, militancia
por allá. La novedad es que ha pasado de ser una palabra enferma («parola
malata», que diría Leonardo Sciascia) a usarse
desenfrenadamente. Sea como fuere, nos congratulamos de su recuperación, aunque
me veo obligado a sacar del armario mi doctorado en Aguafiestas.
«Consultar a la militancia»,
clama con energía la fracción del PSOE que ha sido derrotada. Sea. Frente a
ellos se sitúan los alabarderos de la Gestora que, sobre el particular, dicen
llamarse Andana. Mal asunto, me temo. Ahora bien, aunque
valoremos con agrado el retorno de la palabra enferma, parece conveniente decir
cuatro cosas con la educación y respeto que merece tan significado regreso.
Tal como parece que están
enfocadas las cosas, todo indica que se recurre a la militancia in extremis. Es decir, como peana de las decisiones que se
han tomado ya en la cumbre de la estatua. No es, por tanto, un instrumento de
participación, activa e inteligente, para tomar unas u otras decisiones. Es el
resultado del consabido «o lo tomas o lo dejas», necesario, claro que sí, sólo
para las lentejas. O lo que es lo mismo: la militancia como sujeto amorfo que
sólo sigue las directrices de unos u otros, que solamente es llamada para decir
sí o no. Así las cosas, estamos hablando de seguidismo, no de militancia. O,
quizá, el problema de fondo está en que se ha confundido la militancia con la
intendencia o con la fiel infantería.
En resumidas cuentas, la
militancia es otra cosa, y ya somos grandecicos para perder el tiempo
explicando qué es y, sobre todo, qué no es. Lo que sí parece conveniente es que
en todas las formaciones políticas y sociales hubiera algo así como el Estatuto
de la participación del militante. Y algo más: que se fijara en cada
organización dónde reside la ´soberanía´ de la misma. Por lo demás, tal vez sea
conveniente substituir esa palabra, militancia, que tiene un origen militar –y,
por tanto, de obediencia inexcusable-- por
otra de naturaleza civil, que ahora mismo no sabría proponer.
Punto final. Se cuenta de un
ricachón de la Vega de Granada de tiempos antiguos que acostumbraba a decirle a
quien iba a plantearle sus cuitas lo siguiente: «Oye, dame tu reloj y te diré
qué hora es».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.