Santa Fe, la ciudad cuatriarcada,
celebra sus primeros 525 años.
Parece que lo presentía el viejo
romance de frontera: «En tan grande polvareda / perdimos a don Beltrán». Esta
sería la versión de los allegados a Pedro Sánchez. El sector banalmente llamado
crítico cambiaría el perdimos y diría
liquidamos. Sea como fuere, en OK
Ferraz don Beltrán cayó gracias a las puñaladas visigóticas de sus
detractores.
La revista digital Infolibre da cuenta de un sucedido que narra el
origen del ascenso de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE: «Este chico no
vale, pero nos vale. Porque se trataba de
guardar la silla mientras se esperaba a una mejor coyuntura para el salto de Susana Díaz desde Sevilla a Madrid»
(1). Que es indudablemente una magistral lección de marrullería política. O, en
otras palabras, como la doña sevillana todavía no las tenía todas consigo
indica a Sánchez como secretario general con fecha de caducidad. Ahora no
importa si la inspiración era de su cosecha particular o un consejo del
secretario general perpetuo del partido. Ahí, probablemente, empezó la «grande polvareda»,
si es que debemos darle veracidad a la noticia de Infolibre.
Don Beltrán –o sea, Pedro Sánchez--
no parece haber estudiado la compleja historia medieval de aquella
España – al Andalus. Que la mayor parte de las guerras entre moros y cristianos
no se basaron en la afirmación de la Cruz o la Media Luna. Fue esencialmente
una pugna por el poder territorial de todos contra todos: de los cristianos
entre si y de todos ellos contra los moros; de los moros entre sí y contra los
cristianos. Hasta el llamado Cid
Campeador batalló –mercenario él—
contra unos y otros según convenía a su peculio y ambición territorial.
Tampoco Pedro Sánchez entendió a tiempo que su liderazgo formal dependía de
su enfeudamiento al secretario general perpetuo y a su Enviada en la Tierra. Más
todavía, nadie le dijo que las lealtades en política recuerdan al azucarillo
que, vertido en un líquido, dura lo que dura. Y lo que, tal vez, ignoró fue que
un líder formal se convierte en real cuando propone y consigue un proyecto
estratégico para su partido que le saque de la parábola descendente en la que
está sumido. Si no lo hace, su debilidad y precariedad irán en su contra.
Así las cosas, lo único que se ha hecho visible en esta polvareda, que se
ha llevado a don Beltrán, era o la abstención en la sesión de investidura a Rajoy o el famoso «no es no». O sea, un conflicto interno –no irrelevante, desde
luego— pero no ´ideológico´. Que visto serenamente es impensable que en un
partido, considerado consistente, pueda motivar un embrollo de tan colosales
dimensiones. Aquí hay más chicha de la que aparece en la pantalla. Y algo de
ello comentábamos ayer en ¿Cómo acabará el
Comité federal? (2). Y, al igual que Pereira, lo sostengo hasta que
no haya una argumentación que me convenza de lo errado que voy.
Puestos a aventurar una hipótesis, diré que el PSOE no se
romperá, aunque la crisis tenga repercusiones, incluso serias, en sus
estructuras. Es decir, habrá secuelas, pero se controlará la (metafórica) sangre
derramada. Más todavía, los allegados al
«no es no» irán menguando porque todavía hay mucho mondongo a repartir. Y, así
sucesivamente, hasta la aparición de otra nueva crisis. Por otra parte, a los
poderes fácticos les interesa un PSOE
debilitado, pero no al borde de la Extremaunción. ¿Con quién si no concretar un
retorno al bipartidismo, con quién negociar algunas novaciones legislativas que
sólo serían una ligera mano de pintura con apariencia de regeneración?
En síntesis, el PSOE recuperará el alcanfor del secretario
general permanente y entonará las coplillas de la famosa zarzuela: «Pos demos
otra vuelta a la manzana». Y así sucesivamente.
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