Los ánimos se serenarán en el
PSOE algún día, aunque no sabemos cómo ni cuándo. Ni en qué estado se
encontrará el viejo partido. Ese día llegará cuando se proceda a una serena
reflexión que sea capaz de aproximarse lo suficiente a los motivos que lo han
llevado a ser (y hacer) lo que estamos viendo y que, por vergüenza ajena, no
voy a calificar. Me atrevo a decir que dicha reflexión estará vinculada a los
grandes cambios de todo tipo que, desde hace tiempo, se están desarrollando en
el escenario global. Esto es, cuando tan gran cavilación deje de estar
encorsetada en las estrechas paredes del campanario patrio. Lo que implica que,
gane quien gane la actual contienda, que uno de los capataces en danza ha
calificado de «guerra total», el PSOE seguirá siendo un partido de la izquierda
antigua que ya está desubicada de las transformaciones en curso.
Lo que está pasando en el PSOE
es un problema similar (similar no equivale necesariamente a igual) al que
tienen las viejas izquierdas europeas. A saber, el agotamiento gradual de su
proyecto fundacional y su incapacidad de renovarlo profundamente. Más todavía,
a la creencia de que la renovación se refería, única y exclusivamente, a los
liderazgos, al quita y pon de sus grupos dirigentes. Agravado, todo lo anterior,
por la pertinaz patología de hacer política sólo en la Torre del Homenaje de
las instituciones, rechazando compartir la lectura de los cambios y sus
soluciones con las fuerzas, no políticas, de la sociedad organizada. Comoquiera
que nunca se abordaron estos grandes problemas, las izquierdas europeas
entraron en barrena. Los intentos de la tercera
vía de Tony Blair
por modificar las cosas no tenían como objetivo transformar las desigualdades
que iban apareciendo en el panorama económico sino una acomodación a los
cambios, una instalación acrítica en lo que iba apareciendo. Posteriormente
ocurrió tres cuartos de lo mismo con Matteo Renzi en Italia.
No fue eso exactamente lo que
ocurrió en el PSOE. Cierto, los socialistas españoles no ensayaron ninguna
operación similar a la de Blair. Se limitaron a ver cómo pasaba el tiempo; ni
siquiera procedieron a darle una mano de
pintura al viejo partido, a pesar de las señales que les enviaba la sociedad.
Y, al igual que la ley de la monotonía matemática, los problemas de
representación y representatividad se iban acumulando. En suma, el ciclo largo
de la influencia socialista se fue agotando. Y en esas estuvieron cuando llegó
el fenómeno del primer Podemos. Tampoco sacaron las oportunas conclusiones tras
esta emergencia.
Claro que sí: ahora lo urgente
es que dicho partido salga de esta guerra total. Y si es así, «guerra total»,
que al menos se ventile a través de normas mínimamente compartidas. Desde
luego, que esto parezca un planteamiento ingenuo no impide que ello sea
necesario. Pero, ¿qué menos que pedirles
a los bandos en litigio que no lleguen a la destrucción total? Como
castizamente se dice: por lo menos que procuren salvar los muebles. Ahora bien,
soy del parecer que si hay otra salida en falso reaparecerán otras crisis.
Punto final: entiendo que nadie
se aprovechará de las astillas de ese árbol. Ni siquiera esa izquierda que
eternamente está en fase de organizarse.
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