Ayer hizo tanto calor en Madrid
que hasta el agua mineral se disfrazó de septiembre para no infundir sospechas.
En ese clima se reunió el comité federal del PSOE para averiguar qué postura le
convenía más a la hora de investir –o desinvestir-- a Mariano Rajoy como presidente del gobierno. En apretada
síntesis, ganaron los de Pedro Sánchez.
Ganar comporta, en algunas ocasiones, que han perdido otros, y así fue:
perdieron los galápagos que nunca mueren, y no ganaron las diversas voces
anfibias. Sánchez, siguiendo la ortopraxis del primer secretario general del
cristianismo, Pedro el Pescador, negó tres
veces consecutivas a Mariano. En las calles madrileñas los termómetros seguían
en sus trece.
Lo primero: se han equivocado
quienes, desde siempre, afirman campanudamente que Pedro Sánchez es una hechura
de Felipe González. Lo segundo: Susana Díaz interpretó el personaje zarzuelero
(La alegría del batallón) que afirmaba ser como el rey moro, «que lo tiene tó y no tiene ná». Lo tercero: por lo menos Sánchez, de momento, ha contenido,
que no parado, los embates de Felipe González y sus atalajes. Lo cuarto: voces
de viejos conocidos me comunican bajo secreto de confesión que empieza a
consolidarse en el PSOE un cierto hartazgo de Felipe y las vacas sagradas. Y
que, a partir de ahora, no tienen más remedio que organizar una disimulada
conllevancia para no dar armas al pregonero. Una disimulada conllevancia que,
en todo caso, tendrá una larga esperanza de vida.
Nadie, sin embargo, ha notado
una novedad: las voces aparentemente anfibias de ciertas baronías han sacado
del viejo arcón los pistolones apuntando y disparando contra Miquel Iceta. Usan la misma técnica que
practicaron algunos atenienses: arremeten contra Aspasia
de Mileto, la esposa de Pericles,
para darle en el corazón a su marido. De donde podemos inferir que, mientras
Sánchez esté en el cuadrilátero, Iceta recibirá los palos en la cara de aquél.
Ahora bien, tampoco Iceta es una
hechura de Pedro Sánchez. Tiene su propio planteamiento, y comoquiera que
gobierna el tempo político con mano
ducha sabe qué es lo esencial en cada momento. El problema puede aparecer
cuando, si fracasa el primer intento de investidura de Mariano, qué hará
Sánchez y qué dirá Iceta. En todo caso, Iceta es un político accidentalista,
que siempre estará pendiente de que no le monten, desde fuera o desde dentro de
su casa, su propia descabalgadura. Por eso, mira siempre con el rabillo del ojo
a los viejos galápagos, a los anfibios y a sus amigos, conocidos y saludados que,
en el caso de Cataluña, pueden encontrar un punto de encuentro para tirarse los
platos a la cara con menos dureza.
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