Ahora se llama Partit Demócrata Català. Antes
se hacía llamar Convergència
Democràtica de Catalunya. Los convergentes fueron los cien mil hijos de
Sant Jordi; los de ahora son, en parte, los hijos putativos de aquellos. Los de
antes aprendieron a ser un partido bífido: un lenguaje en Cataluña, otro
lenguaje una vez pasado el rio Ebro. Los de ahora mantienen tan versátiles
estilos como los de sus progenitores: los días pares pactaron y apoyaron a las
derechas carpetovetónicas en mil ocasiones y en los días nones perjuraron de
ello con el sonoro bocinazo del «¡Desperta ferro!».
Algunos comentaristas de labia
palabrera o se han sorprendido o han
aparentado extrañeza por el gesto de Convergència Junior que ha dado esos famosos votos a diversos
miembros de la Mesa del Congreso. O
sancta simplicitas! Hablando en plata: ¿dónde está la novedad?
¿Por qué extrañarse del pacto entre el Partido Apostólico y Convergència
Junior? Con mayor o menor publicidad las derechas catalanas y las de “Madrit”
siempre estuvieron prestas a entenderse cada vez que diluviaba en Cataluña. Lo
hizo Aznar con el viejo Patriarca y su Enviado en la Tierra; ahora este enviado,
Mas, ordena a su fiel escudero, el indecible Homs, que haga lo mismo con Rajoy.
¿Y por qué no iban a hacerlo si en Cataluña hace cierto tiempo que diluvia?
El diluvio arreció con el
resultado de las elecciones generales de diciembre pasado: En Comú Podem, contra el pronóstico de los
metereólogos de Convergència, se la
llevó por delante. Con tal fuerza que aumentaron las goteras en los viejos
chambaos de Artur Mas y sus perdigueros. Por lo tanto, en la lógica tradicional
de los convergentes, de viejo y nuevo cuño, había que pactar. Homs no podía ser
menos que los anteriores dirigentes de la antigua casa.
Pactar para tener el grupo
parlamentario. La pregunta inquietante que me hago es: ¿sólo eso? Por supuesto,
tener grupo parlamentario no es irrelevante para Convergència Junior. No
tenerlo significaría vagar como alma en pena en el Limbo del grupo mixto. Pero,
aquí hay algo más. Aquí hay elementos colaterales que deambulan en torno al
pacto. A saber, la situación jurídica en la que se encuentran dirigentes de la
vieja y nueva Convergència, las sedes embargadas del partido y los trapos
sucios que podría haber almacenado –ilegalmente, por supuesto-- el beato Fernández Díaz. Aquí estaría esencialmente la madre del
cordero.
Lo aparentemente chocante es que
nadie de la coalición gubernamental catalana, Catalunya pel Sí, especialmente algunos
reputados almas de cántaro, han exclamado que hasta aquí hemos llegado. O
volver a cantar: «No és això, companys, no és això».
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