Primer
tranquillo
Echarle la culpa al empedrado
siempre fue un recurso socorrido así en la Tierra como en el Cielo. Ahora el
empedrado se llama miedo. Podemos y sus amistades decidieron ayer
–provisionalmente, nos dicen-- que la
izquierda ha perdido las elecciones gracias al miedo que han metido en el
cuerpo las derechas. Un servidor ve las cosas de otra manera: ha habido miedo,
ciertamente; pero no creo que esa jindama haya sido determinante.
Ocurre, no obstante, que
recurrir al miedo hace la síntesis entre las diversas cofradías de la coalición
Juntos Podemos. Una síntesis que efectivamente puede retrasar que unos y otros
se tiren los platos rotos a la cabeza. O, por así decir, retrasa la crisis
cuando ese argumento sea insostenible. Porque endosar las responsabilidades propias
al «miedo» tiene las patas muy cortas.
El miedo podría venir –como
hipótesis-- de aquellos sectores que por
fas o por nefas no hayan querido votar a la coalición. No todos, por supuesto.
Pero no explica la pérdida de un millón y pico de votos. Una buena parte de los
cuales viene de los sectores de Izquierda Unida, una militancia que no se
caracteriza precisamente por cagarse en los pantalones. Una puntillosa lectura
de los resultados nos dice: en aquellos lugares donde el voto a IU era más cuantioso,
en las elecciones de diciembre, a una parte considerable de ese electorado se
le pegaron las sábanas. Lo chocante es que los sensores de Juntos Podemos,
antes del domingo, o no lo detectaron o no calcularon la envergadura de ese
desistimiento. Los sismógrafos estaban averiados, a pesar de que en ese patio
de vecindones que es facebook y el conjunto de las redes sociales no fueron
pocos los que –con persistente alferecía--
pusieron como un pingo a los dirigentes de IU que habían forjado la
alianza con Podemos.
Ahora, se desempolva de los
viejos sótanos la palabra autocrítica. Olviden ese concepto y usen algo más
aproximadamente racional: el análisis. Pero, por encima de todo, no pierdan
este punto cardinal: con setenta y un diputados –tras cantar el «¡Ay de mi
Alhama»!-- se puede cortar mucho
bacalao. A condición que los dirigentes se olviden de la lógica viuda del
«miedo» y visiten lo que nos enseña el profesor Albert Recio (en la foto).
Segundo
tranquillo
Debemos reconocer a Albert Recio, con
el que a menudo he disentido, su esfuerzo intelectual por huir de los tópicos y
proponer análisis con rigor intelectual. Recio ha escrito en Mientras tanto una valiosa reflexión sobre las recientes elecciones (1).
Se trata de un artículo temperado que recomiendo muy de veras a los amigos,
conocidos y saludados. Propone lúcidamente una serie de observaciones que van
más allá de la contienda electoral y, a mi juicio, sugiere –también, aunque
indirectamente-- al sindicalismo
confederal una serie de consideraciones valiosas. Rogamos, pues, al intrigado
lector que, de momento, medite sobre la primera causa del fracaso de la
izquierda en estos comicios.
«Su
credibilidad económica, (la de Juntos Podemos), al menos a corto y medio plazo.
Una credibilidad que no depende tanto de la bondad de sus propuestas sino del
contexto en el que se van a aplicar. Plantear el debate sobre la deuda, la
expansión del sector público o la reversión de la reforma laboral es justo.
Pero ignora el contexto en el que se va a aplicar esta política. Tras la
experiencia griega, la credibilidad de tal política ha empeorado. Un solo
gobierno nacional, de un país con problemas y secundario en el contexto
internacional, tiene pocas posibilidades de quebrar la política de austeridad y
reformas neoliberales impuestas desde Bruselas y Washington. Enumerar una lista
de buenas propuestas no sirve. Seguramente hay mucha gente que apoyaría estas
políticas pero que es escéptica sobre su viabilidad. Nos hace falta una
estrategia más compleja, que no sólo incluya propuestas abstractas sino que
prevea un verdadero proceso de transición, planes alternativos para sortear las
presiones internas y externas que permitan avanzar sin caer en el desastre griego.»
O lo que es lo mismo: sin pelos
en la lengua. La exigente propuesta de Recio tiene, sin embargo, un
inconveniente: obliga a poner los codos sobre la mesa. Bendito inconveniente,
diría yo.
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