El PSOE presentó ayer en
Barcelona, a pesar de ser el día de San Isidro (labrador), su gobierno en la
sombra. Poco importa que ello no forme parte de las
tradiciones españolas. Es más, si se bien se mira, esta novedad puede tener una
parte positiva de cara al electorado: el compromiso electoral de dicho partido
no queda concentrado en las bondades, reales o aparentes del líder, sino en un
equipo. Si esta es o no la intención de Pedro Sánchez es cosa que desconocemos
como igualmente tampoco estamos en condiciones de suponer que es simplemente
una operación mediática o algo de mayor calado. Que ello forma parte de la
campaña electoral es algo tan obvio como legítimo. En todo caso, el formulario
del Partido Apostólico no ha tardado en calificarlo como «gobierno en la penumbra»
que expresaría su incomodidad por el golpe recibido.
En teoría este gobierno en la
sombra, si es coherente con su responsabilidad durante la campaña, podría
añadir ciertas dosis de responsabilidad. Por la sencilla razón que su función
no es la de acompañar las banalidades, clichés, retruécanos y demás palabrerío
de quienes tienen la boca caliente en los púlpitos de la campaña; su función, como
indica el sintagma ´gobierno en la sombra´, es la de precisar funcionalmente las
medidas de gobierno, concretas, con la menor densidad posible de perifollos.
Pero a nadie se le ha podido
escapar lo siguiente: podría ser un mensaje implícito de que: a) este es el
futuro gobierno, si ganan las elecciones, y b) lo que indica que el PSOE no
piensa, al menos ahora, establecer un pacto de gobierno, ni con Anás ni Caifás.
Lo que dado el indicio que nos dan las encuestas no parece probable. De ahí
que, tras el resultado electoral, podemos establecer la (poco arriesgada)
hipótesis de que esta segunda vuelta
tiene los visos de ser tan agobiantemente incierta como la primera.
En resumidas cuentas, lo que en
teoría parece ser una novedad positiva, el gobierno en la sombra, se convierte
en una potente señal que, a cosica hecha, se ha puesto para avisar que no hay
pactos. No obstante, hasta donde todos
sabemos, nada hay definitivamente escrito en las estrellas. Ni siquiera los barones
y baronesas tienen el vicio de la omnipotencia.
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