«No son los ´intereses sociales´
los que construyen un sujeto político. Son las identidades: los mitos y los
relatos y horizontes compartidos», reza un twitter firmado por Íñigo Errejón, profusamente compartido y admirado en
las redes sociales. Cavilo sosegadamente sobre el particular y llego a la
conclusión provisional de que ”no me gusta”. Así pues, no puedo acompañar en
esta ocasión al dirigente de Podemos.
Lo primero: no estoy seguro
exactamente de cuáles son los componentes constituyentes de un «sujeto
político». Pero si pongo en tela de juicio la afirmación de Íñigo. Los diversos
términos –identidades, mitos, relatos y leyendas— contienen tal cantidad de
imprecisiones que no se compadecen con la concreción precisa de la locución sujeto político, entendido éste como un
agente colectivo (ya sea un partido, una asociación o un movimiento) que
interviene en la vida y la cosa pública. Es decir, podemos convenir que el
sujeto político va más allá del partido político de viejo o nuevo estilo.
Hay mucho que objetar a lo dicho
por Errejón sobre las «identidades», ya que esta expresión está variando de
simbolismo y es utilizada –a menudo, más
bien sobada— como pariente cercana del etnicismo, la autorreferencia y la
exclusión de la Otredad. Así pues, el tránsito a la fanatización y al nosotros sólos está cantado. De ahí que
dicha palabra, identidad, me va
siendo cada vez más antipática. Especialmente porque ya no estamos en un
paradigma que defina la identidad de manera unívoca. Y en el caso que nos
propone Errejón –el vínculo entre «identidad» y los atributos que éste propone,
fundamentalmente «mitos y relatos»--
añaden, por lo menos, medio kilo de inconsistencia.
Mitos y relatos, se dice. Mea culpa, a un servidor incluso se le
ha ido la mano cuando he hablado en algunas ocasiones de que la izquierda y el
sindicalismo (juntos o por separado) han realizado determinadas chansons de geste en tal o cual ocasión. Por eso, declaro que erré y bien que lo lamento. El poetastro que algunos tenemos dentro me ha llevado a construir una metáfora
de la que me arrepiento. Porque una histórica movilización de masas es
fehacientemente comprobable, y a eso no hay necesidad de acompañarlo con guindas
retóricas. Esa estética sobra por contraproducente. La cosa debe ir acompañada
con el rigor de la prosa. Ya lo anunció un jovencísimo Marx con diecisiete años:
“la elocuencia es innecesaria cuando sólo se valora el contenido” (1).
Tengo para mí que ni el mito ni
el relato, como elementos constituyentes del sujeto político, deben ser
componentes del sujeto político. El sujeto político es un ente en prosa. Que ello pueda ser cantada en
verso, con sus licencias literarias, no contradice lo anterior, porque cada
actividad tiene sus propios códigos. En definitiva, el lenguaje político sobre,
por ejemplo, la huelga de la Canadiense no puede
ser el mismo que el de la Chanson de Roldán. Por
lo demás, dígase de una vez hasta qué punto el uso y abuso del relato ha
desnaturalizado la personalidad del sujeto político extrovertido, incluyente y
transformador. Amén de la confusión entre relato e historia. De una ´historia´
que ha sido colonizada por el relato.
Más todavía, no menos antipatía
me ha producido el apotegma de Errejón: «No son los ´intereses sociales´ los
que constituyen un sujeto político». ¿Por qué? Si convenimos que un sujeto político es
diferente a una peña flamenca o a una hermandad de costaleros, el peso de los
intereses es determinante. Esto es, qué intereses tienen unos y contra quiénes
se confrontan, qué relaciones de fuerza se construyen para alcanzarlos y qué
resistencias se les oponen. Con lo que la formulación de Íñigo parece
instalarse en un kumbayá a la luz de
la Luna. Por lo que, hablando en plata, diremos que el sujeto político –sea
partido, asociación o movimiento, cada cual con su propia personalidad
substantiva— representa (mejor dicho, debe representar): a) unos determinados
intereses sociales en su más amplio sentido, y b) compartir la acción colectiva que construya tales
intereses sociales, lo cual podría llevar efectivamente a aspirar a unos
«horizontes compartidos». En prosa, naturalmente, aunque los poetas lo canten
naturalmente con sus códigos y licencias.
Visto lo visto, declaro
solemnemente que nunca más hablaré de canciones de gesta para estos asuntos, y
si lo hago, por favor no me lo tengan en cuenta.
(1)
Citado
por Wilfried Stroh en El latín ha muerto (Ediciones del subsuelo, 2012)
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