Nuestro pintoresco ministro del
Interior, agotado el cupo de vírgenes galardonadas como patronas –¿tal como
están las cosas deberíamos decir matronas?— de los cuerpos de fuerzas y
seguridad del estado ha entregado los protocolos que acreditan a un tal Marhuenda como comisario
honorario de tales estamentos. Como era de esperar, el Sindicato
Unificado de Policía ha puesto el grito en
el Cielo. Los siempre quisquillosos exponentes de los medios de comunicación,
sea en las redacciones o en los bares de los alrededores, han despachado el
asunto llevándose las manos a la cabeza.
Se supone que una distinción de
esta envergadura debe estar justificada, esto es, dando explicación de los
atributos que al tal Marhuenda se le suponen para el acceso al mencionado
honor. Sin embargo, hasta la presente nada se ha dicho sobre el particular. Lo
que da pábulo al rumor que corre por los mentideros, tabernas y barberías de la
piel de toro: se pagan los servicios prestados. Porque no sólo es premiado, a
través de los llamados fondos de reptiles y otras martingalas, ahora debe tener
acceso a las distinciones honorífica, ya que no sólo de pan vive el tal
Marhuenda. Digamos, pues, que el pintoresco ministro está premiando la
servidumbre de uno de los más inescrupulosos directores de diario desde que
tenemos noticia de la prensa escrita en nuestro país.
Finalmente, voces tenidas por
poco de fiar nos aseguran que el pintoresco ministro Fernández ha creado un agravio
comparativo, porque al premiar al tal Marhuenda ha desatendido a Torrente, el brazo majara de la Ley, que nuevamente se
ha quedado sin la distinción honorífica. Se nota la influencia opusdeística: la Obra no
permite que Torrente se haga, de vez en cuando, unas pajillas en el coche
patrulla.
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