Algunos nos
preguntábamos desde hace tiempo cuándo pondría Manuel
Valls, el primer ministro francés,
la reforma laboral encima de la mesa.
Ya conocen la respuesta: ya la tienen ahí al igual que las aves
precursoras de la primavera. A Valls no se le han caído los anillos socialistas
de traducir al francés la sintaxis de la reforma laboral española.
Mucho se ha
escrito en la blogosfera de Parapanda (las
bitácoras de Antonio Baylos, Joaquín Aparicio y Metiendo
bulla y también en otros cuadernos amigos) sobre la reforma laboral. En
todas ellas se ha dado buena cuenta de la opinión que nos merece. Quienes
pacientemente han seguido estos trabajos conocen nuestro profundo rechazo, que
ahora no es obligado repetir. Hemos expresado nuestro parecer desde el
sindicalismo y el derecho del trabajo, desde las vertientes sociopolíticas
hasta las técnicas. Al principio nuestros escritos aparecieron como argumentos de parte, cosa que evidentemente eran
así. Más tarde, en la medida, que los efectos de la reforma aparecían como
gravemente perjudiciales para la condición asalariada y, por ende, calamitosos
para la marcha de la economía; cuando claramente se vio que no solo tales
medidas no sólo no corregirían nada sino que, además, empeorarían la situación,
surgieron voces de acompañamiento. Los sindicatos y la izquierda política
tenían razón: la reforma era una agresión en toda la regla al universo de los
bienes democráticos (los derechos sociales), una fuente de desigualdades y una
manera tan rancia –de retorno al pasado— como equivocada de intentar modernizar
el país.
Hasta tal
punto la cosa se pasó de castaño obscuro que el PSOE prometió la derogación de
la reforma laboral, aunque más tarde matizó el asunto y, después en la
elaboración del programa electoral volvió a conjugar el verbo derogar. Y, tras
el pacto con Ciudadanos, maquilló –imitando al famoso río Guadiana— la
contundencia de ese verbo y lo dejó en ropas menores.
En todo ese
contexto el premier francés –aparente heredero del gran Jean Jaurès-- retoma la
dogmática de las derechas (españolas y europeas) y lleva al Parlamento un texto
inquietante que ha provocado estupor en una parte no irrelevante de su grupo
parlamentario y del conjunto del partido socialista. Por supuesto, también de
las organizaciones sindicales y estudiantiles del vecino país, que ya han
puesto en marcha un proceso de movilizaciones.
Este Valls,
que ha tenido tiempo suficiente para estudiar las medidas españolas y, sobre
todo, sus consecuencias prácticas, ni siquiera ha temblado en plagiarlas. Más
todavía, insiste en su justificación. Con lo que el piropo de un científico
social como Alain Supiot, dirigido a los
dirigentes socialistas franceses --«sois la izquierda homeopática»-- es una muestra de exagerada buena educación.
Dispense ustedes, ni es de izquierda, ni es homeopatía. Es la plena asunción, y
no sólo un mero error, de las políticas de las derechas que quieren torcer el
brazo a todo lo que se le confronta. Y, simultáneamente, es una expresión de querer
avanzar, conscientemente, hacia una democracia demediada. Hasta el mismo Guesde se habría llevado las manos a la cabeza.
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