Primer tranquillo
Mucho se viene escribiendo
durante estos días, también en este blog,
sobre los 8 de Airbus y la campaña
solidaria con ellos, como epítome de los sindicalistas encausados por el
ejercicio del derecho de huelga. Y, con toda seguridad, seguiremos leyendo más
reflexiones sobre el particular. Con todo, ahora lo que me interesa es resaltar
la acción solidaria de los trabajadores españoles que han sido convocados por
los sindicatos, Comisiones Obreras y UGT. Naturalmente Getafe
fue la referencia cuantitativa y cualitativamente de esa solidaridad. Pero ahí
no quedó la cosa: en las principales ciudades españolas se pudieron ver
concentraciones y manifestaciones, asambleas y actos públicos que indicaban a
los representantes de los trabajadores de Airbus; digamos que, durante estos
días, nuestros compañeros de ese centro de trabajo son los representantes del
conjunto asalariado de nuestro país. Así
es que cualquier reflexión que se haga sobre el estado actual del sindicalismo
español debe partir de todo ello: a) de la solidaridad con los 8 de Airbus; y
b) de la importancia de la misma.
No sólo son los trabajadores
quienes han vuelto a levantar la voz con punto de vista fundamentado, arropados
por los sindicatos europeos. También un buen número de intelectuales y artistas
que nuevamente han expresado su repulsa contra ese intento de criminalización
de un buen manojo de libertades democráticas. Y no menos ejemplar está siendo
hasta ahora el vínculo entre las izquierdas políticas, los sindicatos y quienes
son agredidos como personas, en su quehacer como representantes y en sus
convicciones. De ahí que todo juicio sobre el estado de salud de las izquierdas
españolas, manifiestamente mejorable, también debe partir de ese dato. Y no
principalmente para soslayar todo tipo de nihilismo sino para desarrollar las
potencialidades de nuestras izquierdas. Digamos que cualquier tipo de
razonamiento crítico sobre las izquierdas debe arrancar también de ese dato:
del ejercicio de la solidaridad como valor republicaine,
pariente próximo de la fraternité.
Segundo tranquillo
El ejercicio de la solidaridad
que, durante estas últimas semanas han puesto en marcha los sindicatos, es una
interferencia contra las nuevas enemistades que ese valor ha concitado desde
antiguo y que, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de manifiesto. Me refiero
concretamente a quienes intentan proscribir ese concepto y su palabra. Es
decir, aquellos que quieren convertir su sentido positivo en su opuesto. Vale
decir, cuando lo comportamientos de aceptar al otro –especialmente de los mal
llamados inmigrados irregulares y, ahora, los refugiados-- se quieren definir como ilegales y se prevén
sanciones (o juicios como es el caso de todos los sindicalistas encausados)
contra quienes ejercen el apoyo militante a quienes quieren garantizar los
derechos fundamentales.
Por eso, entiendo que el substrato
de las movilizaciones de estos días a favor de los 8 de Airbus debe ser leído
con atención. Por supuesto, hay un deseo de acompañar a los encausados; es una
serie de actos de autoprotección; hay,
además, una repulsa a la mutilación de la democracia. Y es, por consiguiente,
la reaparición de las mejores tradiciones de los movimientos sociales. Un
proyecto político y social que no cuente con ese valor –repetimos, la solidaridad— es un
zurcido sin pies ni cabeza.
Si tuviéramos entre nosotros a Rafael Alberti --«Madrid, capital de la Gloria»,
afirmó-- es posible que ahora dijera:
«Getafe, capital de la Gloria».
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