Hasta los niños cantores de
Viena saben las diferencias entre el no
y el sí. Es algo que nos viene a
todos a través del lenguaje indicativo materno. Por lo demás, la política ha
añadido unas consecuencias distintas a una y otra expresión que ya no tiene
nada que ver con el infantil aprendizaje de la afirmación y la negación. Quiero
decir que la política ha añadido nuevos artificios al sí y al no. Tal vez los
casos más sonados sean, hogaño, los de la CUP y, en tiempos de antaño, el de Romanones. Esta reflexión
viene a cuento por unos comentarios que Pablo Morales,
un antiguo compañero de viejas luchas políticas y sindicales en Mataró, ha
puesto en su cuenta de facebook.
Se pregunta Pablo: «¿Cuando Antonio Baños, de la #CUP dijo "nunca
es nunca; nunca, nunca, nunca", hablando de investir a Mas, qué quería
decir exactamente?» Veamos, cuando en una votación se concluye con un no, hay quien entiende que hay que
seguir pugnando para que en la enésima votación salga el resultado que se apetece,
esto es, el sí. O sea, el resultado del no es contingente y tiene fecha de
caducidad casi inmediata. En cambio, cuando es al revés, el sí adquiere carta
de naturaleza definitiva. De manera que el
no adquiere un carácter de relativismo democrático, mientras que el sí es
permanentemente válido como expresión inequívoca del sentir de los consultados.
Porque el no es sospechosamente
incierto, mientras que el sí es históricamente, en esa manera de ver las cosas,
fruto de certidumbres. Y esto nos lleva al viejo conde de Romanones, un mago de la palabra.
A la salida de una sesión del Consejo de
Ministros, los periodistas reprocharon al Conde que ese mismo día su Gobierno
hubiera aprobado una medida, que veinticuatro horas antes había descartado
“para siempre jamás”. Imperturbable, el Conde adoctrinó a los periodistas:
“tengan ustedes en cuenta que cuando digo jamás, siempre me refiero al momento
presente”. Una expresión que tal vez estuviera influenciada por la
novedad que introdujo Einstein con su propuesta del espacio-tiempo curvilíneo
llevándole la contraria a los diccionarios de autoridades en lengua española.
Ya que en la glosa política «nunca, nunca, jamás» tienen probada autonomía,
como bien descubrió una avisada Tania Sánchez en su momento
con otro informado «nunca, nunca, jamás».
Justamente lo contrario de la potente gramática
de Ramón Morales y Vicente Morago, padre y tio carnal de nuestro Pablo. Para
ellos nunca, nunca y jamás signficaban lo mismo que dejaran escrito los lingüistas
Covarrubias, María Moliner y otras celebridades.
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