domingo, 3 de enero de 2016

El ya famoso «nunca, nunca, jamás»




Hasta los niños cantores de Viena saben las diferencias entre el no y el . Es algo que nos viene a todos a través del lenguaje indicativo materno. Por lo demás, la política ha añadido unas consecuencias distintas a una y otra expresión que ya no tiene nada que ver con el infantil aprendizaje de la afirmación y la negación. Quiero decir que la política ha añadido nuevos artificios al y al no. Tal vez los casos más sonados sean, hogaño, los de la CUP y, en tiempos de antaño, el de Romanones. Esta reflexión viene a cuento por unos comentarios que Pablo Morales, un antiguo compañero de viejas luchas políticas y sindicales en Mataró, ha puesto en su cuenta de facebook.

Se pregunta Pablo: «¿Cuando Antonio Baños, de la #CUP dijo "nunca es nunca; nunca, nunca, nunca", hablando de investir a Mas, qué quería decir exactamente?» Veamos, cuando en una votación se concluye con un no, hay quien entiende que hay que seguir pugnando para que en la enésima votación salga el resultado que se apetece, esto es, el sí. O sea, el resultado del no es contingente y tiene fecha de caducidad casi inmediata. En cambio, cuando es al revés, el sí adquiere carta de naturaleza definitiva. De manera que el no adquiere un carácter de relativismo democrático, mientras que el sí es permanentemente válido como expresión inequívoca del sentir de los consultados. Porque el no es sospechosamente incierto, mientras que el sí es históricamente, en esa manera de ver las cosas, fruto de certidumbres. Y esto nos lleva al viejo conde de Romanones, un mago de la palabra.

A la salida de una sesión del Consejo de Ministros, los periodistas reprocharon al Conde que ese mismo día su Gobierno hubiera aprobado una medida, que veinticuatro horas antes había descartado “para siempre jamás”. Imperturbable, el Conde adoctrinó a los periodistas: “tengan ustedes en cuenta que cuando digo jamás, siempre me refiero al momento presente”. Una expresión que tal vez estuviera influenciada por la novedad que introdujo Einstein con su propuesta del espacio-tiempo curvilíneo llevándole la contraria a los diccionarios de autoridades en lengua española. Ya que en la glosa política «nunca, nunca, jamás» tienen probada autonomía, como bien descubrió una avisada Tania Sánchez en su momento con otro informado «nunca, nunca, jamás».


Justamente lo contrario de la potente gramática de Ramón Morales y Vicente Morago, padre y tio carnal de nuestro Pablo. Para ellos nunca, nunca y jamás signficaban lo mismo que dejaran escrito los lingüistas Covarrubias, María Moliner y otras celebridades.  

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