Los dramáticos atentados en París pueden trastocar muchas cosas. Por ejemplo, hay
quien piensa que al famoso lema de «libertad, igualdad y fraternidad» conviene
añadirle la palabra –es decir, el concepto--
de «seguridad». Lo diré por lo
derecho: no lo comparto. Más todavía, soy beligerante en su contra.
Han sido las derechas políticas,
económicas y culturales las que, desde tiempos lejanos, han teorizado lo que
llaman el difícil equilibrio entre libertad y seguridad. Habrá que convenir que
las izquierdas no han sabido desvelar dónde estaba el truco de la propuesta del
mentado equilibrio. Hasta tal punto ha sido así que gradualmente fue
deslizándose por un terreno tan resbaladizo que la aproximó a la derecha.
Véase, por ejemplo, la famosa declaración de Blair – Schöeder sobre la llamada tercera vía, donde la seguridad adquiere
una autonomía casi total y, en su redactado, hay tiene más énfasis que la
libertad. Desde entonces la izquierda mayoritaria no ha cesado de repetir la
vulgaridad de que la relación entre ambas «es algo muy complejo».
El truco estaba –y sigue vivo y
coleando— en elevar a la misma categoría la libertad y la seguridad. Ahora
bien, para no darle cuartelillo a los que tienen el colmillo retorcido, diré
que no soy un insensato: la seguridad es un instrumento fundamental para la
vida de las personas en el trabajo, en la ciudad, en todos los ámbitos de la
vida civil. Y si hemos de añadir algo más substancioso, diremos que en esta
sociedad del riesgo, que diría Beck, todo lo que
se invierta en investigación sobre el particular será poco. Aclarado el tema,
vamos a lo que vamos.
Hemos dicho que el debate se nos
presenta trucado. ¿Por qué no se puede equiparar libertad y seguridad? Por esta
sencilla razón: la seguridad es una variable dependiente de la libertad. O, si
se prefiera de esta manera, diremos que la seguridad no es una variable
independiente de la libertad. Lo que quiere decir lo siguiente: la libertad es
una función y la seguridad es una variable de aquella. Digamos, además,
que hasta los párvulos conocen perfectamente la diferencia entre una función y
sus variables. Más claro todavía: la seguridad es la prótesis de la libertad.
¿Quieren ustedes un ejemplo que,
dicho por un reformista como un servidor no despierta sospechas de bakuninismo?
Este: la confusión entre libertad y seguridad ha llevado a las izquierdas
políticas y sociales desde hace más de un siglo a una cierta impotencia
emancipatoria poroque su radicalidad democrática aparecía un tanto mellada,
mientras se iba desarrollando el diapasón de los colmillos retorcidos de las
derechas. Entiéndase bien: cada vez que se ha suscitado ese debate las
izquierdas se han ido empequeñeciendo. ¿Quieren un ejemplo?
La praxis del fordismo-taylorismo,
que es algo más que un sistema de organización del trabajo, ha querido imponer
este dilema: a cambio de la seguridad se debe renunciar a una importante
parcela de libertad en el centro y puesto de trabajo, una formulación que fue convertida por el ingeniero Taylor en
“científica”. Por lo general, el movimiento sindical no cayó en ese cepo –como
lo prueba su constante itinerario de conquistas sociales en el centro y puesto
de trabajo--, pero efectivamente estuvo condicionado. Por otra parte, nos
enseña Bruno Trentin, que «cada revolución
industrial Trentin considera que
cada revolución industrial cuestiona los equilibrios de poder y las formas de
subordinación en el trabajo». Lo que le lleva a nuestro amigo italiano a
afirmar rotundamente que «lo primero es la libertad». Que es precisamente el
título de su último libro La libertà viene prima (Riuniti, 2004).
El discurso que sitúa la
seguridad en el mismo eslabón de la libertad no sólo es truculento sino que,
sobre todo, es una expresión más de la democracia autoritaria. Porque
interesadamente quiere confundirnos al equipararnos la función con una de sus variables. Más todavía, porque las derechas –mediante
dicha truculencia-- quieren recuperar el
terreno que fueron perdiendo a lo largo de los últimos doscientos años. Por lo
menos, desde que la libertad, igualdad y fraternidad, con todas sus
imperfecciones y límites, fueron ganando terreno. Ahora, entrados en el nuevo
paradigma de la nueva revolución industrial, la derecha –volvemos a Trentin-- cuestiona los equilibrios de poder y las
formas de subordinación en el trabajo en todos los ámbitos. Así pues, no hay
más remedio que acudir al famoso dicho de los niños chicos: «Santa Rita, Rita,
lo que se da no se quita».
En
resumidas cuentas, el Estado (que tiene el monopolio de la violencia, también
contra el terrorismo en general y el yihadismo en particular) dispone –o
debería disponer-- de medios suficientes
(incluidos los militares) para que, desde la Libertad y el Derecho, se gane esa
batalla. Y diré más: recortando las libertades se debilita la contribución a
esa batalla democrática de una gran parte de la ciudadanía activa.
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