“La alcaldesa de
Barcelona y líder de Barcelona en Comú (BComú), Ada Colau, ha decidido tomar la iniciativa en
las negociaciones con Podemos, ICV, EUiA y Procés Constituent de cara a
conformar una candidatura de «confluencia» para las elecciones generales del 20
D. Y todo apunta a que, finalmente, impondrá el nombre de la marca electoral,
Catalunya en Comú, y el cabeza de cartel, Xavier Domènech”, se nos dice a
través de ese patio de vecindonas que son las redes sociales. Lo que tiene toda
la pinta de ser una filtración para ir abriendo boca, a modo de sondeo, al
personal.
Provoca una cierta
alarma, sin embargo, que lo primero que aparezca sea el nombre del cabeza de
cartel, el profesor universitario Xavier Domènech, dejándonos a la Luna de
Valencia los contenidos programáticos de esta aparente nueva coalición de
izquierdas. Es como si en un restaurante no hubiera menú y en la carta figurara
solamente que “Aquí come Fulano de Tal”. Oiga, ¿no habíamos quedado en que lo
primero es el qué, después el quién? ¿O eso es solamente retórica
ocasional?. Así pues, tengo la vaga
impresión de que se quiere tropezar nuevamente en la misma piedra.
No fueron pocos
los que, tras el insuceso electoral de la candidatura de Sí que es pot en las elecciones autonómicas catalanas, convinieron
en que uno de los motivos de tan decepcionantes resultados estaba en que el
cabeza de cartel era prácticamente un desconocido. No creo, sin embargo, que
esta fuera la principal razón, pero sí una de ellas. Más todavía, este
reduccionismo argumental intenta apagar unos argumentos más de fondo. Por
ejemplo, la ambigüedad del programa, especialmente en lo atinente a la
«cuestión catalana», donde no se decía nada con la necesaria claridad que
requiere toda oferta electoral que se precie. Ni siquiera un banderín de
enganche sentimental.
Ahora, parece que
se reincide en lo mismo. Comoquiera que estamos a la espera de un programa (que
ya veremos dónde y quiénes lo discuten) hemos de referirnos forzosamente al candidato. Con toda seguridad: no serán
pocas las cualidades del profesor Domènech para encabezar esta o cualquier otra
lista. Pero sus allegados se pasarán toda la campaña explicando la biografía de
su candidato y las virtudes que atesora. ¿No fue esto lo que ocurrió en las
autonómicas catalanas? Porque, a falta de literatura programática, lo
importante quedará reducido a la cara de Domènech. Pregunto: ¿no es esto uno de
los rasgos distintivos de la política tradicional?
El candidato
Rabell, ahora diputado electo, substituyó a otras personalidades de probada
popularidad, de eficaz biografía pública y de antecedentes inmediatos en la
vida política parlamentaria –pongamos que hablo de Joan Coscubiela-- como lo saben hasta los esquimales, que no
fueron admitidos por vaya usted a saber qué motivo. Seguramente se les
atribuiría alguna contaminación inconfesable. En ese pecado deben llevar ahora
la penitencia quienes atribuyeron una estética novedosa al cabeza de aquel
cartel.
Y no se me olvida:
¿qué hay del programa? Sólo por pura correspondencia entre el qué y el quién no se debería desatender ese ethos que repiten los
autollamados emergentes.
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