Miquel A. Falguera i Baró
Magistrado
del Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña*
Afirmaba Manolo Vázquez Montalbán en su genial “Panfleto desde
el planeta de los simios” (una profecía del todo cumplida de necesaria lectura
hoy): “no hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible
orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y
luchar contra ellas. Se puede ver parte de la verdad y no reconocerla. Pero es
imposible contemplar el mal y no reconocerlo. El Bien no existe, pero el Mal me
parece o me temo que sí”.
Viene la
cita a colación porque últimamente se está poniendo de moda por los ideólogos
neoliberales hablar de “buenismo”. La Wikipedia-de-todos-los-santos
define esa expresión en la forma siguiente: “término acuñado en los últimos
años por algunos sectores para definir ciertos esquemas de actuación social
y política que tienen por eje esencial la puesta en práctica de
programas de ayuda a los desfavorecidos, basadas en un mero sentimentalismo carente
de autocrítica hacia los resultados obtenidos”. Debo reconocer que las
primeras veces que oí la palabreja me desconcertó. Sin embargo, con el paso
del tiempo, cuando me tachan de tal reivindico orgullosamente mi condición de
buenista.
Algunos,
entre los que me cuento, no podemos soportar ver sufrir a nuestros congéneres.
Porque la civilidad no se ha basado históricamente, contra lo que afirma el
pensamiento neoliberal hegemónico, en la competición entre humanos –para
alcanzar la condición de “macho alfa”-, sino en la solidaridad de los miembros
de la especie. Algo de eso nos enseñó el abuelo de Tréveris. Como también lo
hizo mucho antes el Nazareno. Lo otro, el mero egoísmo, es condición propia del
resto de animales (y no de todos). Quién quiera ser el gorila más aullador y
potente de la manada que se vaya al centro de África, entre sus congéneres
primates.
La
fotografía del cadáver del niño Aylan en una playa turca es terrible, horrorosa. Sin
embargo, aunque parezca contradictorio, nos devuelve por un momento a los
europeos nuestra condición de humanos. Buena parte de nuestros conciudadanos,
que vivían tan felices en su idílica torre de marfil, ajenos a otras realidades
y reticentes ante “los otros”, han descubierto el sufrimiento que nuestro
bienestar genera en el resto de la especie. Cierto: sólo por un momento. De
aquí pocos días ese pequeño niño muerto arrastrado a tierra por las olas dejará
de subyacer en la mentalidad colectiva. Pero Aylan ha servido, al menos, para
que por unos instantes la solidaridad humana se reivindique. Después de que los
media expusieran la imagen nuestros gobernantes parecen estar más activos ante
la tragedia de nuestros vecinos del Sur. Aunque lo estarán sólo en el efímero
espacio que dura el imaginario colectivo.
Pero ocurre
que hay muchos Aylan también en nuestras sociedades, aunque las fotos de sus
cadáveres no salgan publicadas en los papeles. Están ahí los miles de niños con
los que compartimos ciudades que pasan hambre. Está mucha gente sin trabajo en
situación desesperada, sin la menor seguridad respecto a lo que ocurrirá el día
de mañana. Está la gente despojada de sus casas y viviendo a salto de mata.
Está los conciudadanos que aceptan cualquier tipo de trabajo por mera
subsistencia, aunque con ello pierda su dignidad. Está una buena parte de
nuestros ancianos e inválidos, percibiendo pensiones de miseria. Están los
inmigrantes que nos rodean pero que no vemos. Y están tanto otros que rozan,
cuando no están incursos, en la miseria.
Las
estadísticas al uso nos dicen que, al parecer, nos estamos recuperando. Pero
los voceros de las meras cifras también obvian algo evidente: que está
creciendo exponencialmente la desigualdad. La supuesta riqueza que se crea
redunda, pues, en beneficios de unos pocos. Pues bien:
eso es el neoliberalismo; el triunfo de los “macho alfa”. Nuestros padres nos
enseñaban aquello de “más vale pobre pero honrado”. Sin embargo, el paradigma
actual es algo así como “quién no es rico no triunfa en la vida”; por tanto, en una especie de darwinismo
social, los pobres deben al parecer fenecer.
Hoy se
habla del espíritu emprendedor (¡incluso se quiere implementar en la
educación!). Y poco en boga está reivindicar la solidaridad y la fraternidad
(ergo, las características que han comportado que la especie humana se haya
situado en la cima de la pirámide de las especies).
Pero eso no
ha sido siempre así. Por unos pocos decenios la Democracia –con
mayúsculas, esto es: entendida no únicamente como mero ejercicio de la libertad
individual, sino también compuesta de igualdad y fraternidad- se conformó como
el marco de convivencia. Cierto: cuando los poderosos tenían miedo. Así se
recoge aún en nuestras constituciones, del todo ya vacías de contenido.
Pero yo me
sigo reclamando como “buenista” (posiblemente porque soy jurista y entiendo que
el objetivo del Derecho no es la consecución de la paz social, sino de la
justicia, tal y como nos enseñó el maestro Bobbio).
Cierto: ya
no sé dónde está la verdad –probablemente, porque “la Verdad ” no existe ni ha
existido nunca- pero, como humano, reconozco el mal. Y el mal no está sólo en
una lejana playa de Turquía en la que el Mediterráneo arrastra el cadáver del pequeño Aylan o en el desolado
paisaje de Auswitch. También coexiste con nosotros –y en nosotros mismos, con
la codicia como bandera de buena parte de nuestras actitudes personales-. No
pretendo ser apocalíptico, pero cada vez me parece más evidente que el mal ha
echado raíces entre nosotros, de la mano del neoliberalismo.
Por eso les
propongo que la próxima vez que les tilden de “buenista” se reclamen orgullosos
como tales y califiquen a su interlocutor como lo que es: un malnacido.
* Este
artículo es una exclusiva del autor para Metiendo bulla. Su reproducción deberá
citar la procedencia de dicho artículo.
Estic d'acord i m'identifico en un 100%. Cada dia m'agrada més aquest blog.
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