Como es
natural los políticos se pasan el día hablando. Nada que objetar al respecto. Que
en no pocas ocasiones recurran al contorsionismo lingüístico es harina de otro
costal. Que esa facundia sea inteligible o no es cosa que no trataremos en este ejercicio de redacción. El asunto de hoy
va de lo que se verá a continuación.
A raíz de
las negociaciones que se están dando en Cataluña entre diversas fuerzas políticas
(ICV, Podemos y Procés Constituent) para conformar una candidatura unitaria
para las próximas elecciones autonómicas –posiblemente el 27 de
setiembre-- la responsable de Podemos ha
declarado: «En esta cuestión, como en todas, nosotros ponemos el acento en hacer
política, no en gestionar deseos» (1). No hace falta decir que se trata de una
frase rotunda al estilo del viejo apotegma “Roma locuta causa finita”, cuya
traducción más vulgar sería “Habló Blas, punto redondo”. O “y no se hable más”.
La frase parece
tener ciertas resonancias togliattianas. A saber, la tozudez del viejo y admirado
dirigente comunista, Palmiro Togliatti, sobre la
necesidad de confrontar «la política» con la «propaganda». Pero son resonancias engañosas. Tan engañosas
como aquel eslogan electoral de cierto partido catalán: Fets i no paraules (hechos y no palabras), que entroncaba el
populismo de barra de taberna con lo más vejancón de la política al tiempo que
niega la técnica de «la palabra» como instrumento de la deliberación.
A veces el
recurso fácil de sobar los conceptos de lo nuevo frente a lo viejo conduce a
malas pasadas. De manera que no parece difícil argumentar lo infeliz de la
expresión de la primera dirigente catalana de Podemos. ¿Por qué hacer política
va en dirección opuesta a gestionar deseos? Precisamente la política es eso:
gestionar deseos o, si se prefiere el lenguaje antiguo, reivindicaciones. Gestionar
los deseos de los más frente (y contra) las resistencias de quienes se oponen a
ello. Gestionar las reivindicaciones y, compatibilizándolas entre sí, estructurar
un proyecto con su correspondiente trayecto. Naturalmente, hablamos de un
proyecto, que no es lo mismo que un zurcido de retales inconexos e incompatibles
entre sí. En caso contrario, la política –justamente la que se quiere
renovar-- acaba contagiándose de la
misma herrumbre de lo que se critica por viejuna. Es decir, se va convirtiendo en un vodevil
situado en la Torre
del Homenaje, alejado de lo que enseñó Teresa de Ávila:
«también en los pucheros está el Señor».
Convengamos,
pues, que la primera dirigente de Podemos en Cataluña ha metido el remo en el
corvejón. Separar los deseos-reivindicaciones de la política es ignorar –seguramente
no a cosica hecha—que el objetivo de la política no son los políticos sino las
personas de carne y hueso, aunque tengan la extraña costumbre de tener deseos y
reivindicaciones. Sugiero, por lo tanto, una pequeña enmienda: substituir
deseos por vanas ilusiones.
Este referendum me recuerda a uno habido en cierto pais europeo, donde se voto cosas sin conocimiento y sin explicacion alguna. Tan solo el titular barato y la demagogia. Un saludo.
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