miércoles, 11 de febrero de 2015

La financiación de los partidos políticos




La promiscuidad entre la política y las finanzas es cada vez más preocupante. Entiendo que es la amenaza más estridente para el sistema democrático. Hasta tal punto que los partidos más importantes se han convertido en «aduladores agachados» del mundo del dinero. Esta potente imagen, aduladores agachados, aparece en El rey Lear de la pluma del genio de Strartfdord: una obra que es una reflexión sobre el poder.   

Esta postura genuflexa de los partidos que la ejecutan tiene, como es natural, su precio. Nada es gratis. A cambio de tu dinero yo pongo en marcha toda una serie de disposiciones legislativas, decretos, circulares y la panoplia de medidas que te hagan falta. De manera que mordidas, comisiones y cohechos es el nexo que vincula a dichos partidos con el mundo del dinero. Ahora bien, el parné que se desembolsa –ora para los partidos en tanto que tales ora para los bolsillos particulares de sus dirigentes--  es recuperado por tan generosos donantes a través de los escandallos y presupuestos. Quienes pierden son las arcas públicas y, en definitiva, la ciudadanía. Y, en todo caso, lo que parece consolidarse es una constelación de «zonas grises», de las que habló en su día Alain Minc: un territorio físico que va demediando la democracia y, a la par, potencia su autoritarismo bonapartista.  

Pues bien,  en ese vínculo está la enorme dificultad de la regeneración de la política democrática: en la identificación de la razón financiera con la razón de Estado. De una razón de Estado que explicaron  Maquiavelo y el cardenal Richelieu de manera diversa.  De una razón financiera y de la razón de  Estado que, por otra parte, disfrutó en su día el capitalismo manchesteriano y que ha radicalizado el turbocapitalismo financiero. Lo que en el primero pudo ser un pacto implícito, ahora es una fusión explícita de socorros mutuos.

Estando así las cosas hay que convenir que mientras se mantenga esa situación, las cosas irán a peor. Por el momento –ya veremos más adelante— es preciso establecer la drástica eliminación de toda aportación financiera a los partidos políticos (también a los sindicatos) por parte del Estado y de los particulares; y también el alejamiento definitivo de la representación política (y sindical) en las entidades financieras.


Todos los sujetos políticos y sociales deben contar sóla y solamente con los fondos de sus asociados y seguir el antiguo código que afirma que «quien quiera peces que se moje el culo». De esa manera –y otras que vayan surgiendo--  es posible que se rompa el teorema que formulara Juan de Dios Calero, zahorí de ideas de Parapanda, que decía: «A más dinero destinado a los partidos por parte del Estado y de los particulares, más distancia hay entre ellos y la ciudadanía». El maestro Calero ni siquiera se tomó la molestia en demostrarlo con algoritmos: dijo que era un axioma, que abría la posibilidad de limpiar los establos de Augías.  Sépase que Calero no era un radical, pues tenía a buen orgullo simpatizar con la Sociedad Fabiana en general y don Fernando de los Ríos en particular.  A quien me diga que esta medida es claramente insuficiente –la eliminación de todo tipo de subvenciones, donaciones y demás por parte del Estado y de particulares— le diré: «Tiene usted razón, es claramente insuficiente. Aguardo, pues, que usted complete la cosa. Soy todo oídos».      

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