Nota editorial.-- ¿Cuándo piensa pedir la
palabra Javier Nuín?
Javier Aristu
* Debate sindical
Asumo la invitación del querido López Bulla a participar
en este debate sobre el futuro sindical como una orden a la que no se puede
desobedecer. Pero al mismo tiempo digo que no soy lo que se puede
considerar un experto sindical ni hombre versado en este tipo de discusiones
aunque es verdad que de un tiempo a esta parte me vienen interesando más. Puede
que sea el ya hartazgo de debates políticos que me inundan de la mañana a la
noche, donde el exceso de teoricismo verborreico y repetitivo, al que nos tiene
muy acostumbrados parte de la izquierda española, desborda cualquier capacidad
humana de comprender lo que está pasando; puede que sea también la rotundidad y
salvajismo con que se está imponiendo el cambio de época en nuestra sociedad,
donde el mundo del trabajo es el que está recibiendo —no podía ser de otra
manera en este universo mercantilizado— los mayores palos y las más fuertes
sacudidas. Lo cierto es que, repito, cada vez más me vienen interesando y
atrayendo las cuestiones relacionadas con el trabajo y, obviamente, con
el futuro del representante de ese mundo, el sindicato.
Tenía dudas de si participar en este debate promovido por
el blog Metiendo bulla pero
ha sido al leer este domingo el artículo semanal de Soledad Gallego-Díaz en El País cuando me decido a entrar y expresar
algunas pocas ideas sobre este asunto.
Destaca la notable periodista “la práctica desaparición
de los sindicatos como uno de los protagonistas e interlocutores sociales. No
hay sindicalistas en ningún plató de televisión, en casi ninguna tertulia
radiofónica, no aparecen en las entrevistas ni en las secciones de opinión de
los diarios, digitales o tradicionales. No se les oye, no se les ve.”. Es
importante lo que dice porque es cierto. Cáritas, organización social
caritativa cristiana, sale más en los medios que todos los sindicatos juntos.
Sin embargo, la invisibilidad del sindicalista es notable… en los medios de
comunicación pero, paradoja de la vida, no ha dejado de estar presente en
el mundo del trabajo y sigue siendo protagonista indiscutible en el mundo
social. Esta sería una de las primeras reflexiones que tendríamos que hacernos:
¿expresan los medios de comunicación la
realidad social? Es evidente que no, pero a la vez tenemos que decir que si no
apareces en los medios difícilmente puedes ser institución influyente en el
conjunto de la sociedad. Los dos sindicatos mayoritarios, UGT y CCOO, suman más
afiliados que todos los partidos políticos españoles juntos. Es cierto que la
crisis económica (y consecutivamente de empleo) ha hecho descender la tasa de
afiliación pero en 2010 ésta era del 18,9, lo que suponía aproximadamente 3
millones de trabajadores inscritos en algún sindicato sobre una masa de
población asalariada de 15.346.800 (los datos los tomo del artículo de Pere J. Beneyto, “Desmontando el discurso
antisindical”, en Anuario 2012 de la Fundación 1º de Mayo). Habría que
preguntarse por tanto cuál es la razón que está tras este oscurecimiento en los
medios de comunicación del mundo del trabajo que, me da el pálpito, no es error
casual sino síntoma de una forma de comprender la vida de nuestras sociedades
donde algunos pretenden que el conflicto entre capital y
trabajo deje de ser significativo.
El ocultamiento del trabajo ha sido una constante a lo
largo de la historia, y especialmente desde que dicha actividad social se
organiza y articula en formaciones sindicales y partidos a finales del siglo
XIX viene siendo asunto invisible para los medios de comunicación y para el
mundo de la cultura, antes los de papel hoy los visuales y digitales. Y cuando
ha podido aparecer en sus páginas ha sido muchas veces a través de la
caricatura, del chiste. En un libro extraordinario y cuya lectura recomiendo
vivamente (Owen Jones, Chavs.
La demonización de la clase obrera), el autor hace una disección de la
sociedad británica, a través del estudio de su clase trabajadora. Muchos de los
fenómenos británicos que despieza y valora Jones (desindustrialización masiva,
marginación social y territorial, destrucción de las instituciones y la cultura
obreras, crecimiento de la desigualdad, etc.) son perfectamente localizables en
España. Uno de ellos es la invisibilidad del trabajador como tal y de su
representante, el sindicato. Jones cita a George Orwell: “…la gente que hace
que todo siga girando, ha sido ignorado por los novelistas. Cuando al fin
logran colarse en las páginas de un libro, casi siempre es para dar lástima o
un toque humorístico…”. Solo cuando esa clase subordinada construye sus
propias organizaciones y, no lo olvidemos, su propia cultura y medios, es capaz
de visualizarse ante los demás y, más importante aún, convertirse en
protagonista y antagonista temible. Pero esta es una historia del siglo
XX ya pasado.
Otro ejemplo: en un libro publicado el año pasado en
Italia, Forza lavoro,
escrito por el secretario de la Fiom Maurizio Landini (y cuya traducción confiamos que la edite
pronto la 1º de Mayo), arranca precisamente con este problema de la
invisibilidad del mundo del trabajo. Solo aparece cuando hay una tragedia, un
muerto, una carga de la policía o un escándalo. A la vez, ese mundo complejo,
dinámico, real como la vida misma es reducido a un esquema, a “un formato”
específico según los protocolos que los medios de comunicación han inventado.
Igual que el programa de tele realidad Sálvame dicho formato tipo se aplica al debate
social y política un viernes o sábado por la noche. Como dice Landini: “Este
modo de contar la realidad la trastoca, crea otra paralela, autorreferencial,
en la que el mundo oficial construye una dimensión autónoma frente al drama de
las crisis sociales y humanas. Tanto en los programas televisivos de debate
como en los seminarios de estudio se habla de todo esto siguiendo un guion ya
previsto, en el que cada cual defiende su propia posición más por espíritu
partidista que por diferencias de contenido. Mucho menos se preocupan de
profundizar en las cuestiones. Por no hablar de resolverlas. Es un mundo de
sueños, y aunque habla de pesadillas son las pesadillas de los demás. Sueños de
los que se corre el riesgo de despertar bruscamente”.
Decía al principio que no he sido sindicalista ni experto
en el mundo del trabajo.
Poco puedo añadir a las buenas y sensatas reflexiones que
vienen apareciendo en este blog de Metiendo
bulla. Comparto muchas de las
apreciaciones y sugerencias que se han venido exponiendo. Como escribe Ramón Alós en su
reciente entrada el debate acerca de la modernización o adaptación del
sindicato a los actuales tiempos es un debate no solo español sino
internacional y, además, viene siendo ya asunto de discusión desde hace
bastantes años. Ocurre que la irrupción salvaje de los más recientes procesos
en el mundo de la economía y del trabajo —especialmente la revolución
tecnológica digital con sus paralelas financiarización, desindustrialización y
desempleo masivo— ha encendido las luces de alarma del sindicalismo y este o
acomete con urgencia, serenidad y también audacia procesos de adaptación y
renovación cultural (y en cultura incluyo aspectos organizativos y
estratégicos) o se verá obligado a seguir el tran-tran rutinario de la defensa
sin alternativas.
Una de las cuestiones que creo que el sindicato debería
tener en cuenta es su relación con el mundo de las ideas, de la cultura, de las
instituciones sociales que generan hegemonía. El debate del sindicato de pasado
mañana no puede ser solo el debate sobre sección sindical/comité de empresa. Se
impone —y hay ejemplos y referentes interesantes— un debate de alcance sobre
concepciones, estrategias globales y mundo de ideas. El sindicato tendría que
replantearse su relación con la producción de ideas y símbolos sociales. No
vale solo con tener clara la relación productividad/salario; es imprescindible
ganar el discurso cultural ante los propios trabajadores y ante el conjunto de
la sociedad. En el libro citado de Landini aparece un ejemplo claro de eso
cuando el autor habla del modelo de gestión (management) del director de
la Fiat , Sergio
Marchione. Enfrentarse desde el sindicato con Marchionne no es solo representar
el clásico antagonismo trabajador/empresario, productividad/salario: es algo
más, es ser capaz de proyectar el antagonismo país/modelo de empresa
autoritaria, combatir la hegemonía empresarial de la eficacia y la buena gestión con otro discurso sobre el valor
del trabajo en sí, como riqueza social. Sé que es difícil esta batalla. En el
manifiesto encabezado por los profesores Magdalena Nogueira, Yolanda
Valdeolivas y Gregorio Tudela, de la Universidad Autónoma
de Madrid se dice: Los
cambios esbozados sitúan al sindicato ante un laberinto cuya vía de salida
requiere adecuar, afianzar y aplicar efectivamente valores tradicionales del
movimiento sindical, como la solidaridad y la prioritaria defensa de los más
desfavorecidos, utilizando nuevos instrumentos de acción. Y ello en un entorno
ideológico profundamente individualista. Efectivamente,
en un mundo profundamente individualista es necesario afrontar esa batalla con
nuevos instrumentos de acción entre los que destacan los relacionados con el
mundo de las ideas, la cultura, el simbólico. Revalorizar el mundo del trabajo
frente al del management o de la empresa en abstracto —valores
hoy dominantes— exige acometer desde el sindicato una renovada lucha de ideas.
Algunos elementos de dicha batalla de ideas tienen que ver
con el desarrollo y crecimiento de las instituciones de reflexión, de dentro y
de fuera del sindicato. Me refiero a la necesidad de potenciar, reforzar y
ampliar los ámbitos de trabajo de las fundaciones de investigación así como las
relaciones de éstas con el mundo académico favorable al sindicato. No es
casualidad que la contrarrevolución neoliberal —que no ha sido solo económica
sino especialmente también ideológica y de valores— tuviera orígenes en
fundaciones de pensamiento ligadas a la órbita del conservadurismo político y
social. No sería malo deducir que a lo mejor desde el campo sindical, y en
general desde el ámbito progresista, sea necesario impulsar de forma más
decidida las tareas de investigación económica, sociológica y de ideas a fin de
poder ofrecer posteriormente un programa capaz de reunir al conjunto de la
clase, más allá de sus diferencias y segmentos corporativos. Estos años de
crisis y desconcierto, además de fracaso de viejas ofertas, han hecho surgir
aquí y allá grupos, centros de pensamiento y clubes de debate en la izquierda.
A lo mejor se trata de construir un sistema flexible capaz de producir las
sinergias necesarias para que entre todas esas plataformas se pueda levantar un
proyecto capaz de derrotar al actualmente hegemónico.
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