viernes, 26 de diciembre de 2014

LAS PROMESAS ELECTORALES




Aunque sea arriesgado me atrevo a decir que las promesas electorales no jugarán un papel determinante en la caza y captura del voto en los próximos comicios. Sospecho que las cosas irán por otro camino: el intento de cambiar todo lo que se pueda esta situación. De manera que no será tanto el voto como el contravoto lo que va a funcionar.  Es decir, ya no vale el que se votó siempre o casi siempre o en determinados momentos. Por supuesto, no creo que sea la primera vez que ello sucede, Sin embargo, en esta ocasión parece que tiene unas proporciones más acusadas y masivas. Es como si el contravoto ofreciera, en esa tesitura, unas mínimas garantías de limpiar la pocilguilla.

Estos no son tiempos normalizados, si es que alguna vez hubo tiempos normales. Así es que, en realidad, el contravoto es un experimento, que se explica por el lodazal de esta crisis de crisis. Como si  el personal sintiera que hay una prioridad: intentar echar fuera del damero a quien cree responsable del temporal o a quien le achaca ser «colaborador necesario» o, simplemente, quien parece que no intimida lo suficiente. Lo que, sin duda, creará una amplia agrupación de agraviados.


Esta actitud del contravoto tendrá visos de un infantilismo  que refunfuña e, incluso, será aproximadamente injusto con ciertas fuerzas que han estado batallando de verdad. Pero así, me parece, están las cosas. Tiempo al tiempo. De todas formas no me hagan caso; desde que era niño chico se supo que no tenía ni pajolera idea de qué cosa es eso del artificio de la política. Lo prueba el siguiente sucedido: cuando yo leí en el IDEAL de Granada en noviembre de 1952 que Eisenhower había ganado las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos grité: «Viva, viva, hemos ganado». Mi padre me miró con mala uva y me dijo: «¿Estás tonto, niño?. Han ganado los republicanos, malafoyá». Yo le respondí mohíno: «Pero, ¿no somos republicanos nosotros?». Pepelópez respondió tonante: «Nosotros somos demócratas». Y dije: «Y eso qué es».  Lo que prueba evidentemente que, ya desde los nueve años, voy desnortado.  

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