Hemos aprendido con Baltasar Gracián que «lo bueno, si breve, dos veces
bueno». Muy cierto, diría un servidor. Lo que pasa es que para ello hay que
saber condensar y dar con la tecla. No es fácil. Pero Gaetano Sateriale ha demostrado que no es imposible
hacer diana. Ha dejado escrito lo siguiente: «A la política del siglo XXI no
basta contraponer el sindicato del siglo XX. Eso no funciona. Es
necesario innovar el sindicato». Díganme: ¿alguien ha dicho tanto con tan pocas
palabras? Le quedaré agradecido a quien me lo diga. De momento, matrícula de
honor a nuestro amigo italiano. Porque, por ejemplo, nos indica a establecer
una serie de reflexiones concatenadas.
Por ejemplo: al centro de trabajo del
siglo XXI no se le puede encarar con el sindicato del siglo pasado: «eso no
funciona». Al conjunto de las relaciones laborales de este siglo no se le puede
contraponer el sindicato del Novecientos: «eso no funciona». Y así, con Geatano
Sateriale, podríamos seguir razonando hasta el agotamiento. Conocemos a Gaetano
desde hace muchos años y sabemos que tiene el sindicalismo italiano en su
cabeza. Por lo que, se supone, se está refiriendo a las cosas de su país. Ahora
bien, nosotros nos aprovechamos de su planteamiento porque nos es
extremadamente útil, necesario.
Desde hace tiempo los grupos
dirigentes confederales están dándole vueltas a la cabeza acerca de la manera
de adecuar convenientemente el sindicato a los tiempos de hoy. Desde el tendido
de Sol procuro echar modestamente una mano a través de este blog. Sin embargo,
ahora caigo en la cuenta de que siempre le faltó a mis escritos –y quién sabe
si fabulaciones-- una introducción, una
advertencia previa: todo proyecto de poner el sindicato patas arriba debería
pasar por conocer el estado de ánimo de los hombres y mujeres que lo conforman.
Quiero decir, saber qué tipo y nivel de emoción sienten los sindicalistas en
su noble tarea de organizar y representar a los trabajadores. Antonio Gramsci habló con cierta frecuencia de la
necesidad de «una relación sentimental con las personas de carne y hueso». De
acuerdo. Pero un servidor está hablando ahora de algo previo: la relación y la
emoción de los sindicalistas con toda la obra colectiva del sindicato y, a
partir de ahí, con los trabajadores. Siempre lo dije en mis tiempos: la
fascinación de ser sindicalistas. A saber, el vínculo de todos con todos para
intervenir en lo cotidiano, partiendo del ecocentro de trabajo, y darle un sentido hacia la «humanización del
trabajo», de la que tantas veces nos habló Bruno Trentin.
Un ejemplo vital de esa emoción, de
esa relación sentimental la encontramos en la vida y milagros de nuestro compañero Jaime Montes, que recientemente
nos ha dejado en su querida Sevilla. Con su pasión espontánea y siempre con punto
de vista fundamentado. Todo lo que aquí está escrito es en sentido homenaje a
Jaime, ciertamente. Pero con la intención de que su ejemplo nos sea de
utilidad. Así que bienvenidos los proyectos de poner el sindicato al día, pero
sugiero que arranquen del conocimiento de cómo están sus gentes: de su emoción
y confianza en ellos mismos y entre ellos mismos.
P/S.-- La
idea era poner una foto de Jaime Montes, presidiendo esta entrada. Pero no he
encontrado ninguna. Seguro que me mandarán unas
cuantas en breve, pero este homenaje a Jaime no se podía retrasar.
Seguiremos hablando de nuestro amigo sevillano y espero que su cara esté
presente (1).
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