Javier
Terriente
La
nueva cosa política, un término ambiguo
que definiría la emergencia de un nuevo sujeto político aún por contrastar, ha
encontrado en Podemos una manera de expresarse con todas las carencias y
limitaciones propias de las rutas que conducen a inesperados descubrimientos.
Nada ni nadie puede garantizar el éxito de la misión, pero la travesía, pese a
vientos de signo contrario, materiales no testados de la embarcación y una
tripulación poco convencional, cuenta, de momento, con un sistema de
coordenadas y un punto de destino, cuando menos, verosímil.
PP
y PSOE, se enfrentan a la irrupción de Podemos de diferentes formas pero bajo
un común denominador: la inquietud, incluso la zozobra, envuelta en
calificativos despreciativos y hasta calumniosos. No parecen conscientes de que
se ha abierto una nueva etapa marcada por la insolente impugnación de las
oligarquías políticas, económicas y financieras (la casta, de la que tan
orgullosamente algunos dirigentes políticos se sienten parte), que los sitúa en
el centro de la tormenta. Y es tal la ira desatada entre los ciudadanos de
todas las condiciones, que los habituales esquemas de izquierda-derecha han
quedado sobrepasados por una voluntad unitaria y democrática de cambio que
interpreta la recuperación de los derechos sin exclusiones, el empleo y la
ética pública como el programa de una nueva mayoría social y de gobierno.
Ambos
partidos se ven arrastrados por el declive del bipartidismo, pero no pueden
evitar su decadencia, acelerada a golpes de una corrupción sistémica que afecta
a todas las instituciones del Estado, y en cuyo socorro acuden precipitadamente
como si corriesen a salvar a Roma de la llegada de los bárbaros. Hacen
meritorios esfuerzos por recomponer la vieja política aferrándose a un tren
desbocado que ellos mismos pusieron en marcha y del que han obtenido ventajas
comparativas obscenas, pero sus intentos de recuperar el terreno perdido con
propuestas para una regeneración democrática, primarias y cambios de liderazgo
e imagen, resultan poco convincentes. Por ello se necesitan desesperadamente,
para hacer que la maquinaria del sistema funcione, aunque se nieguen a
reconocer una identidad compartida y de mutua complementariedad. En el fondo no
podrían sobrevivir fuera del abrigo bipartidista. De modo, que no hay solución
a sus aprensiones, por otra parte justificadas.
Paradójicamente,
el que más lealtades exige y, sin embargo, menos se siente comprometido con su
contraparte, al que ningunea irrespetuosamente de forma habitual, es el PP. Su
plan, implacable con los débiles, que tan buenos réditos le ha dado en el
pasado, no admite demoras ni compasión, aunque su ardor doctrinario le impide
ver que es ahí donde se encuentra la clave de su probable derrota. Y si aún se
empecinan en no alterar el plan preestablecido no es porque que sean torpes,
no, es que no han necesitado ser inteligentes; ni sean malvados ni egoístas de
nacimiento, no, es que no se han exigido ser generosos ni solidarios. Con el
poder les bastaba.
Tampoco
es que sean analfabetos ni desprecien la ciencia por aquello de la herencia
tridentina tan española. No. Es que tienen más que suficiente con las
franquicias, las investigaciones y patentes extranjeras, combinadas con un tipo
de productividad/competitividad protoindustrial, basado en la extrema
precariedad de las fuerzas del trabajo, la cultura y la ciencia, y en una
inmensa legión de parados empobrecidos. Hagamos memoria: El sueño de las clases
dirigentes de este país fue
tener una chacha que les lavara la ropa a mano por dos duros, antes que
adquirir una lavadora. De ahí que pretendan imponer un modelo de dualización
social de nueva planta, que dimanaría del orden natural de las cosas y de la
propia condición humana. No hay más que oírlos hablar de los huelguistas, los
sin casa, los sin trabajo, los sin de todas las clases y categorías: “la
chusma”, “la gentuza”, “que se jodan”. Naturalmente, la vía centralizadora y la
de un autoritarismo expansivo forma parte orgánica de un proyecto que no admite
acuerdos ni consensos, sólo sumisión. Su complemento perfecto se identifica con
una clamorosa ausencia de alternativas creíbles, lanzadas a toda prisa, como si
fuese necesario sobreactuar para encubrir pasados errores y un presente
inacabable de corruptelas, en una agenda marcada por el empuje de Podemos. En
este escenario de pesadilla, con vocación intemporal, los ciudadanos serían
despojados de su condición de tales y castigados con la pérdida completa de sus
derechos asociados. Mientras tanto, se difunden en el universo fragmentado del
mundo del trabajo redes feudalizantes que reemplazan antiguas y sólidas
alianzas y relaciones contractuales, por la sumisión incondicional de un sinfín
de categorías profesionales desreguladas por la crisis. Se trata de la nueva
versión de Ley y Orden para una época postfordista, que pretende sustituir las
tradiciones de resistencia y solidaridad de las clases subalternas por espacios
de obediencia debida, y reorganizar las complejas relaciones sociales de hoy
sobre el epicentro del autoritarismo, la antipolítica y la mística de un mercado
sin reglas.
Una
cosa es cierta, la irrupción de Podemos está agitando las aguas largamente
estancadas, diríase que pantanosas, por años de alternancia cortesana de la
política española. De repente, se han encendido todas las alarmas: Podemos
representa un riesgo real para la estabilidad del reparto político. Y puede que
no se equivoquen. Urge, por tanto, anatemizarlo, tenerlo a raya fuera del
recinto de la realpolitik en el que confraternizan los falsos herederos de la Transición ,
segregándolo con el estigma de lo profano: Pragmatismo frente a populismo,
realismo frente a demagogia. Hasta cierto punto es lógico que el uso despectivo
del término “populismo” referido a Podemos tenga un cierto éxito entre quienes
han contribuido a que este país haya acabado en manos de un grupo de
intocables. Hasta ahora. No obstante, causa cierto rubor que tales afirmaciones
procedan de partidos que por haber hecho bandera del “pragmatismo” y del
“realismo”, hayan perdido la confianza de sectores importantes de las clases
populares e intenten sacudirse sus derrotas por la vía exprés de medidas
urgentes anti corrupción, débiles, limitadas y a destiempo. Probablemente ya
sea demasiado tarde.
¿Pragmatismo?
¿Acaso la historia reciente de España no ha sido sino la exacerbación de un
pragmatismo difuso, mezclado con altas dosis de populismo en interés de los de
siempre? Por lo visto, lo pragmático es privatizar empresas públicas,
desregular las relaciones laborales, las políticas de suelo, vivienda,
medioambiente, la contratación pública, modificar el artículo 135 de la Constitución (y ahora
defender lo contrario por razones de imagen), por no hablar de regalar los
bancos y cajas rescatados con dinero público a otros bancos parasitarios del
Estado, arrojando a la pobreza a millones de trabajadores y a centenares de
miles de personas fuera de sus hogares. Pragmatismo debe ser proteger, ocultar
o colaborar con los corruptos, permitir que la economía sumergida y el fraude
fiscal alcance el 24, 6 % del PIB (Gestha), elevar las tasas de desigualdad a
niveles inauditos u obligar a emigrar los jóvenes científicos, en medio de una
tasa desempleo juvenil que ronda el 55% (Andalucía, el 65%). Etc, etc.
Luego
entonces, ¿desde qué cima del pensamiento y de la razón ética condenan la falta
de pragmatismo de sus oponentes políticos o sociales, incluido Podemos?, ¿a qué
se refieren cuando hablan de populismo en tono acusatorio? A un vocablo en el
que cabe lo uno y su contrario. Una palabra de significados opuestos que diluye
las diferencias y contradicciones entre los sujetos e individuos a los que hace
referencia. Ese milagro semántico suele emplearse desde una supuesta
equidistancia político-moral (o una evidente mala fe), que permitiría adjetivar
como “populistas” al Front National, al UKIP, la Liga Norte , el
Movimiento 5 Estrellas y al resto de fuerzas y gobiernos de ultra derecha y
parafascistas europeos, al lado de Syriza o Podemos (A. Guerra, dixit). A este
propósito, Alex Grijelmo (El País, 27.07.14) acota oportunamente que populismo
y populista….”ya no sirven tanto como términos que describen, sino que se han
ido transformando en palabras que juzgan”.
Surge
entonces una paradoja sorprendente que atenaza a los partidos tradicionales de
la izquierda, y que recuerda las escenas finales del Baile de los Vampiros de
R. Polanski: Mientras el joven y feliz protagonista abandona en trineo el
castillo de los monstruos, junto a su novia y al viejo profesor experto en
vampirismo, convencido de su destrucción, la cámara nos muestra discretamente a
la chica en el asiento de atrás inoculada por el Mal, mostrando los colmillos.
Moraleja: Combatir el Mal (la corrupción y los efectos sociales del saqueo) con
las armas tradicionales (ajos, cruces, estacas, exorcismos), es decir con
políticas y partidos de viejo cuño, sirve de poco; como mucho, crear una
apariencia engañosa de victoria momentánea, bajo la cual podría anidar el
germen de la derrota.
A
este propósito, los
partidos socialdemócratas festejaron como un triunfo propio la disolución de la URSS y del “socialismo real”
tras la caída del Muro, creyendo que ello les abriría el camino hacia la gloria
y la hegemonía definitiva en la izquierda. Tanta arrogancia les impidió ser
conscientes de que el radical cambio de reglas que ello comportaba, los
arrojaba a los márgenes de una imparable marea ultraliberal que se había
desatado en los años 80 celebrando el “Fin de la Historia ”. Esto es, la Historia , entendida como
el proceso hacia el socialismo, la utopía y los sueños de emancipación social,
había muerto, profetizaron. Y con este anuncio apocalíptico, los conservadores
se lanzaron por mares y montañas a la demolición del Estado social y de
derecho y de los supuestos
privilegios de las clases trabajadoras, de las tutelas públicas y de los
espacios de intervención del Estado. Lo que ha sobrevenido después es bien
conocido: remite a un proyecto europeo truncado, cuyo mejor exponente es el
Tratado de Lisboa, en vías de des-socialización
y des-democratización, fruto
de un nuevo pacto social-conservador hacia el abismo; una larga etapa que aún
perdura, de inmersión del movimiento socialista y socialdemócrata en la buena
nueva del pensamiento
neoliberal con rostro humano, que en España derivó en nuevo modelo político
de corresponsabilidad bipartidista. Sin
embargo, ¡ironías del destino!, después de tantos años combatiendo a los
partidos comunistas, sin distinción, sobrecargándolos de toda clase de tópicos,
la forma-partido socialdemócrata no puede evitar, ahora, semejanzas evidentes
con su ex enemigo soviético de antaño, que explican en buena medida su
decadencia: la función subsidiaria de los ciudadanos y de sus organizaciones
respecto al Partido, que actúa de guía providencial en los procesos políticos;
la (con) fusión del partido con los poderes políticos y administrativos
(estatal, comunitarios o municipales); la intolerancia hacia la pluralidad
interna; la reducción del papel de los afiliados al refrendo de dirigentes y
candidatos, previamente cooptados; la concentración del poder en un grupo
reducido de dirigentes, irrevocables y sin limitación de mandatos; las malas
prácticas clientelares y corruptas; el empleo habitual de puertas giratorias… En
definitiva, hay una ley de hierro inexorable que domina el funcionamiento de
los partidos socialdemócratas, basada en el poder de una trama de barones
territoriales interdependientes y jerarquizados que alcanza a todos los
escalones de la estructura: Paz interna por territorios. Puro “pragmatismo”.
Puro centralismo burocrático. Puro sovietismo.
Al
final, la historia política se repite en un bucle interminable: nominalismo de
izquierdas mientras se está en la oposición, pragmatismo de derechas en tiempos de
gobierno. A continuación, descalabro electoral y vuelta a empezar el ciclo de
nuevo. O lo que es igual: Puerta de Elvira en Granada (oposición) y en Sevilla
Doña Elvira (gobierno).
Es
cierto que las encuestas confirman que la derrota del bipartidismo en las
pasadas elecciones europeas no es un fenómeno efímero, al igual que el ascenso
de Podemos y el evidente retroceso de IU. En tanto, el PSOE, estancado en su
regresión, se encuentra ante un dilema dramático que trasciende la simple
“renovación de personas y métodos”, al pretender encontrar un espacio
equidistante, imposible, entre el PP y Podemos, en una carrera a contra reloj
por descargarse de las políticas que lo llevaron a la bancarrota. Sin embargo,
dar por muerto al bipartidismo sin que este haya agotado el ciclo electoral
completo (municipales, autonómicas y generales) llevaría a una imperdonable
subestima de la resistencia del sistema. Que haya surgido una situación
excepcional en todos los sentidos, no significa en absoluto que se traduzca
automáticamente en un nueva mayoría liderada por Podemos. Entre ganar y alzarse
con la victoria hay un largo recorrido que puede interpretarse en clave de
derrota, si la apuesta de asaltar
los cielos fuera inalcanzable al
primer intento. Otra cosa
sería si se produjera por grandes etapas o por consensos
postelectorales. Ahora
bien, ¿está preparado Podemos para digerir una amarga victoria aunque la aproxime a su objetivo?
Más vale que entrene la resistencia. Y la humildad. Por si acaso.
Sr PEPE:
ResponderEliminarSe que tiene mucho que decir. Mucho. Pero con su permiso le pido, lo haga más en síntesis. Más acotado.
Le explico: Los comentarios muy largos, muy largos, hacen que nos perdamos la mitad de lo que hemos leído. Como nos perdemos, hemos de recomenzar...y la cosa se alarga si además se ha de atender otros hechos del mismo formulario.
Soy un ignorante, pero práctico.
Si la cosa se hace larga me cuesta de digerir...y NO quiero que se me haga pesada.
Creo que me entiende. Y se que ud. agradece el porqué de las más /menos entradas. Yo le explico mi caso.
Evidentemente puedo estar equivocado
En lo referente al artículo, en líneas generales (es extenso) comulgo con su idea,
Salut
Oigasté, Sr. Miquel. Yo no soy el autor de este artículo. Vea la firma, se llama Javier Terriente. Yo me llamno de otra manera. Mis saludos, JLLB
ResponderEliminarOigooo yo, Sr Pepe :
ResponderEliminarLo bueno, si breve...dos veces bueno.
Gracias ¡
Salut