Oído
cocina: «Toda la clase trabajadora del mundo está mirando aquí, a nuestra
revolución democrática, a la revolución que va a suceder en las urnas el
jueves. Somos gente que lucha contra los recortes, contra la austeridad. Eso no
es nacionalismo, es socialismo». Así ha
hablado un joven de Cardiff en un mítin a favor de la independencia de Escocia:
No es William Wallace, es Karl
Marx.
No tengo
suficiente información para saber si millones de trabajadores de todo el
planeta están mirando a ver qué pasará en Escocia el jueves próximo. Mi
intuición, sin embargo, me dice que este joven exagera lo suyo. Posiblemente
«la clase trabajadora del mundo» esté más pendiente de otras cosas más ineludiblemente
prosaicas. Una de dos: o el joven escocés tiene más información o un servidor
no dispone de canales adecuados de todo lo que, aproximadamente, pasa en el
mundo.
El joven,
no obstante, se cura en salud en un momento dado: «esto no es nacionalismo, es
socialismo». Lo ha argumentado candorosamente cuando esta frase es la
consecuencia de «somos gente que está luchando contra los recortes, contra la
austeridad». No sabemos quién es ese muchacho, pero quien interviene en un
mitin, sea en Escocia o en el Albaicín, no es un espontáneo, es un
dirigente.
En todo
caso, a la par que nos quitamos el sombrero saludando la lucha contra los
recortes y la austeridad en Escocia –y
en todos los albaicines del mundo, naturalmente— nos preguntamos: ¿por qué esa
lucha debe comportar naturaliter la
ruptura con quienes lo están haciendo, por ejemplo, en Inglaterra?
Hasta la
presente un sector de la izquierda ha argumentado que la cuestión nacional debe
ir vinculada a la cuestión social. Pero lo cierto es que, así las cosas, en la
práctica lo que se ha dado –lo que se viene dando-- es la subalternidad de “lo social” con
relación a “lo nacional”. Que, en mi
opinión, podría tener un origen: la desvinculación, no teorizada ni formulada,
de las vías nacionales al socialismo con relación al internacionalismo
solidario, que concretamente ha llevado al solipsismo de la izquierda, que se
ha quedado (parodiando a don Luis de Góngora) «amarrada al duro banco de la
galera turquesca» de cada Estado nacional. De una izquierda, política y social,
que se ha empeñado en no ver las metamorfosis sucesivas del sistema
capitalista. Lo que se traduce en que, en mayor o menor grado, las izquierdas
están en una utopía al revés.
Así las
cosas, no es de extrañar que determinados sectores de izquierda no hayan caído
en la cuenta de la advertencia de Hobbes: «los hombres ocultarían o incluso
pondrían en duda los teoremas de la geometría si estos chocaran con los
intereses políticos de la clase gobernante» (1). Lo que vale para las clases gobernantes
parroquiales o cosmopolitas; ya formen parte de la rastrería de politicastros o
de otras hechuras.
(1)
Leviatán, capítulo XI.
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