miércoles, 23 de julio de 2014

PODEMOS Y EL PARTIDO POPULAR



Los sistemáticos ataques del Partido popular y sus franquicias a Podemos, que no han hecho más que empezar, rayan en la locura. No pocos piensan que se trata de un error caballuno porque consiguen justamente lo contrario de lo que aparentemente persiguen: mayor entusiasmo en las filas de Podemos y nuevas adhesiones a esta organización. En efecto, una cosa es lo que dicen las encuestas, que auguran un ascenso –inquietante para algunos--  de Podemos, pero dichas encuestas indician un estado de opinión no irrelevante. Así las cosas, ¿qué interés tienen el Partido popular y sus franquicias en engordar a Podemos? Partamos, pues, de algunas hipótesis.

Aunque no está descartado que el Partido popular falle estrepitosamente en su reiterada campaña contra Podemos, no es concebible que sea tan rematadamente torpe y esté interesado en engordar a la nueva formación política. Debe haber gato encerrado. Y si el gato está de esa manera, tal vez sea oportuno indicar algunas hipótesis que expliquen la postura del Partido popular.

Rajoy y sus franquicias dan por sentado que Podemos puede dar el campanazo, consiguiendo atraer votos de los cuatro puntos cardinales de las izquierdas. De este modo –supondrían las derechas españolas--  las izquierdas verían mermadas su representación y representatividad. Pero este ascenso, por importante que fuese, no daría más izquierda en el Parlamento. Hablando en plata, la hipótesis de las derechas es que, en esa tesitura, ganarían las elecciones generales. Salvando las distancias entre estas elecciones generales y las municipales, por ahí deben ir los tiros del planteamiento de que en los ayuntamientos gobierne la lista más votada.

Quede meridianamente claro: no estoy insinuando, ni siquiera por asomo, de que haya un cambalache entre  Podemos y el Partido popular. Lo que estoy refiriendo atañe a la estrategia de la derecha española. Y, en ese sentido, poca cosa se le debe achacar a Podemos. A la que no se le puede pedir que templen su estilo para que cese la agresividad del Partido popular. Y, dicho sea de paso, tampoco sería buena cosa que el resto de las izquierdas –desde la moderación del PSOE hasta Izquierda Unida--  plagien la manera de ser de esta «izquierda libertaria» que representa Podemos. Utilizo la expresión «izquierda libertaria» en unos términos que recuerdan al maestro Bruno Trentin.

¿Qué hacer, pues? Doctores tiene la iglesia, que diría un devoto. Pero no somos partidarios de dar una larga cambiada. Primero, que toda la izquierda, también Podemos, sepa que el peligro real (y la hipótesis no descartable) es que si vence el Partido popular las políticas económicas y llamadas sociales seguirán su actual curso, sintiéndose relegitimadas las que han llevado a cabo en los últimos años. Más todavía, el Partido popular seguirá ocupando hasta el último resquicio del Estado. Segundo, las izquierdas nuevamente minoritarias donde se cuecen las habas seguirán siendo irrelevantes para proceder a los diversos desafíos que, con mayor o menor énfasis, proclaman. Dicho lo cual se corre el peligro de entrar en una especie de «imperfecta revolución pasiva», a saber: «la revolución pasiva, dice Gramsci, se produce a partir del bloqueo de una situación potencialmente revolucionaria, cuando ni las fuerzas de progreso ni las de la reacción consiguen hegemonizar el proceso. Una situación de este tipo suele desembocar en un acomodo, en una reconstitución de las clases sociales dentro de un nuevo orden capitalista», como nos recuerda Paco Rodríguez de Lecea en repetidas ocasiones. Hablo de «imperfecta» porque no estamos ante «una situación potencialmente revolucionaria», pero podría agudizarse el hecho de que la izquierda –peor aún si está dividida y derrotada nuevamente--  no pinte una oblea.

Hechas estas hipotéticas previsiones la izquierda debe partir honesta y realistamente de que ha sido derrotada, pero que tiene la voluntad de salir felizmente de ese hoyo. Para ello parece oportuno que la izquierda entierre la trágica postura de «mors tua vita mea». O sea, suba yo electoralmente a cambio de que te estrelles. Esto es el sorpasso inútil, que deja las cosas, como mínimo, igual que estaban. Igualmente parece conveniente que las izquierdas establezcan un «programa de mínimos común» frente (y contra) las derechas políticas y sus franquicias. Métase, pues, en el sótano el engreimiento de algunos, la pachorra de otros y las pocas luces del todos ellos. Y, sobre todo, recuerden lo que decía el clásico: «El objetivo de la medicina no son los médicos sino los pacientes», que –traducido a lo que nos interesa--  vendría a decir: la misión de la política no son los políticos sino la ciudadanía. Dispensen si chocheo, pero a mis ochenta años es una obligación tener algunas dosis de chochez.   

Radio Parapanda. LA DEMOCRACIA ES SUBVERSIVA y  LA POLÍTICA NO ES UN JUEGO DE ROL



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