Los sistemáticos
ataques del Partido popular y sus franquicias a Podemos, que no han hecho más
que empezar, rayan en la locura. No pocos piensan que se trata de un error
caballuno porque consiguen justamente lo contrario de lo que aparentemente
persiguen: mayor entusiasmo en las filas de Podemos y nuevas adhesiones a esta
organización. En efecto, una cosa es lo que dicen las encuestas, que auguran un
ascenso –inquietante para algunos-- de
Podemos, pero dichas encuestas indician un estado de opinión no irrelevante. Así
las cosas, ¿qué interés tienen el Partido popular y sus franquicias en engordar
a Podemos? Partamos, pues, de algunas hipótesis.
Aunque no
está descartado que el Partido popular falle estrepitosamente en su reiterada campaña
contra Podemos, no es concebible que sea tan rematadamente torpe y esté
interesado en engordar a la nueva formación política. Debe haber gato
encerrado. Y si el gato está de esa manera, tal vez sea oportuno indicar
algunas hipótesis que expliquen la postura del Partido popular.
Rajoy y sus
franquicias dan por sentado que Podemos puede dar el campanazo, consiguiendo
atraer votos de los cuatro puntos cardinales de las izquierdas. De este modo –supondrían
las derechas españolas-- las izquierdas
verían mermadas su representación y representatividad. Pero este ascenso, por
importante que fuese, no daría más izquierda en el Parlamento. Hablando en
plata, la hipótesis de las derechas es que, en esa tesitura, ganarían las
elecciones generales. Salvando las distancias entre estas elecciones generales
y las municipales, por ahí deben ir los tiros del planteamiento de que en los
ayuntamientos gobierne la lista más votada.
Quede
meridianamente claro: no estoy insinuando, ni siquiera por asomo, de que haya
un cambalache entre Podemos y el Partido
popular. Lo que estoy refiriendo atañe a la estrategia de la derecha española. Y,
en ese sentido, poca cosa se le debe achacar a Podemos. A la que no se le puede
pedir que templen su estilo para que cese la agresividad del Partido popular. Y,
dicho sea de paso, tampoco sería buena cosa que el resto de las izquierdas –desde
la moderación del PSOE hasta Izquierda Unida--
plagien la manera de ser de esta «izquierda libertaria» que representa
Podemos. Utilizo la expresión «izquierda libertaria» en unos términos que
recuerdan al maestro Bruno Trentin.
¿Qué hacer,
pues? Doctores tiene la iglesia, que diría un devoto. Pero no somos partidarios
de dar una larga cambiada. Primero, que toda la izquierda, también Podemos,
sepa que el peligro real (y la hipótesis no descartable) es que si vence el
Partido popular las políticas económicas y llamadas sociales seguirán su actual
curso, sintiéndose relegitimadas las que han llevado a cabo en los últimos
años. Más todavía, el Partido popular seguirá ocupando hasta el último
resquicio del Estado. Segundo, las izquierdas nuevamente minoritarias donde se
cuecen las habas seguirán siendo irrelevantes para proceder a los diversos
desafíos que, con mayor o menor énfasis, proclaman. Dicho lo cual se corre el
peligro de entrar en una especie de «imperfecta revolución pasiva», a saber: «la revolución
pasiva, dice Gramsci, se produce a partir del bloqueo de una situación
potencialmente revolucionaria, cuando ni las fuerzas de progreso ni las de la
reacción consiguen hegemonizar el proceso. Una situación de este tipo suele
desembocar en un acomodo, en una reconstitución de las clases sociales dentro
de un nuevo orden capitalista», como nos recuerda Paco Rodríguez de Lecea en repetidas
ocasiones. Hablo de «imperfecta» porque no estamos ante «una situación
potencialmente revolucionaria», pero podría agudizarse el hecho de que la
izquierda –peor aún si está dividida y derrotada nuevamente-- no pinte una oblea.
Hechas
estas hipotéticas previsiones la izquierda debe partir honesta y realistamente
de que ha sido derrotada, pero que tiene la voluntad de salir felizmente de ese
hoyo. Para ello parece oportuno que la izquierda entierre la trágica postura de
«mors tua vita mea». O sea, suba yo
electoralmente a cambio de que te estrelles. Esto es el sorpasso inútil, que
deja las cosas, como mínimo, igual que estaban. Igualmente parece conveniente
que las izquierdas establezcan un «programa de mínimos común» frente (y contra)
las derechas políticas y sus franquicias. Métase, pues, en el sótano el
engreimiento de algunos, la pachorra de otros y las pocas luces del todos
ellos. Y, sobre todo, recuerden lo que decía el clásico: «El objetivo de la
medicina no son los médicos sino los pacientes», que –traducido a lo que nos
interesa-- vendría a decir: la misión de
la política no son los políticos sino la ciudadanía. Dispensen si chocheo, pero
a mis ochenta años es una obligación tener algunas dosis de chochez.
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