Homenaje a Cipriano García
«La realidad se ha hecho guionista televisiva sin piedad; cada día entrega otro pedazo más del relato de una obsolescencia programada.
Primer
tranco
Sobre la
transición se ha hablado hasta la angustia y, supongo, que su valoración
todavía está pendiente de un juicio aproximadamente riguroso. Sirvan las líneas
que vienen para que yo mismo reflexione al respecto. Entiendo que, hasta la
presente, se han producido dos miradas sobre la transición. La más abundante
parece ser la que le niega el pan y la sal; la minoritaria, especialmente la
que viene desde los aledaños de quienes participaron en ella directa o
indirectamente va en dirección opuesta:
la hipérbole más desparpajada. Me incomodan ambas interpretaciones. La primera
elimina, tal vez conscientemente, la relación de fuerzas en presencia; la
segunda recalca un tono triunfal, que no es el caso, pero no es sobre ésta
sobre la que quiero hablar.
Entiendo
que la mayor confusión se produce cuando los que niegan el pan y la sal a
aquella situación le achacan los males del presente, haciendo abstracción de
toda una serie de acontecimientos posteriores que nada tienen que ver con ella.
En primer lugar, de un lado, la realidad de los grandes cambios y
transformaciones tecnológicas y el acelerón que puso en marcha el proceso de
globalización; por otro lado, la novedad que supuso en su día el ingreso de
España en la Comunidad Económica
Europea y, en otro escenario (aunque vecino), la desaparición del sistema
soviético y sus alrededores. En segundo lugar, y simultáneamente a lo anterior,
la colonización que el neoliberalismo ha hecho de la economía y la política.
Digamos,
pues, que es un tanto chocante que en esos golpes de trabuco no aparezca que el
capitalismo financiero globalizado haya derrotado al capitalismo del ciclo
fordista-keynesiano, acentuando su incompatibilidad con la democracia tal como
la hemos conocido. Digamos, consecuentemente, que en esta nueva fase no se
produce una alianza entre política y esos nuevos y grandes capitales sino una
cooptación de aquella por éstos. Lo que me lleva a decir que los lodos actuales
vienen, esencialmente, de unos polvos más recientes, concretamente de la post
transición. Los lodos de hoy vienen del capitalismo financiero global, que ha
modificado la composición orgánica del capital y, por ello, es otra
organización capitalista con respecto a la precedente, también capitalista,
pero de otra naturaleza.
Por otra
parte, estos arcabuzazos tienen una consecuencia lógica: las responsabilidades
(desiguales, ciertamente) de las fuerzas políticas de hoy en la situación
actual quedarían exculpadas, porque lo que pasa ahora viene en realidad de la
transición. Lo que, por extensión, podría llevar a las almas de cántaro a
inferir que las crisis de principios de los noventa (la crisis de las punto
com) y la del 2008, que sigue viva y coleando, tienen su origen en la
transición. Algo en lo que sorprendentemente no han caído ni los verdaderos
causantes de ambas catástrofes ni los gobiernos, de diverso carnet de
identidad, que se han sucedido para, también ellos, endosar las
responsabilidades a la transición.
La
argumentación de los golpes de trabuco tiene un problema de fondo: si los males
de hoy vienen de la transición, ¿cómo se explica que, tras ella en una primera
fase, se pusieron en marcha una serie de nuevas plantaciones del Estado de
bienestar por la presión de los sindicatos y ahora se desmantela todo aquello?
¿No será que también ciertos analistas se han contagiado de la sarta de
anacolutos de la mayoría de la jerga política?
Segundo
tranco
La
transición fue el resultado de una determinada correlación de las fuerzas en
presencia. Que se dio en un contexto que
hoy, vaya usted a saber por qué se olvida, de extrema fragilidad: los diversos
terrorismos actuando --¿habrá que recordar no sólo el de Eta sino el de las
excrecencias del franquismo asesinando a quemarropa a los abogados laboralistas
de Atocha—casi diariamente; y las diversas conspiraciones de los militares,
cuya máxima expresión fue Tejero y sus secuaces.
Entiendo,
por supuesto, que debemos someter a crítica la transición
sin ningún tipo de reparo: obviando el patrimonalismo
hagiográfico de quienes la protagonizaron y el adanismo de quienes entienden que con ellos empieza la verdadera
historia o, si se prefiere, la historia más pura e inmaculada. Por último, para
el debate historiográfico, ¡doctores tiene esa iglesia! Un debate necesario de
una fase que finalizó hace tiempo.
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