Los
trabajadores se afilian a un sindicato a través de un vínculo que es de
naturaleza social. Los ciudadanos lo hacen a un partido político a través de un
vínculo que, me excuso por la obviedad, es de naturaleza política. Digamos que
«lo social» une a los asalariados, mientras que «lo político» los separa. Lo
social es, pues, un nexo unitario; lo político es de separación. Aclaremos que
no se trata de límites del sindicalismo, sino de dimensión de su personalidad.
Ciertamente,
el sindicalismo confederal español ha ido asumiendo nuevas intervenciones en
determinados espacios que tradicionalmente estaban reservados a los partidos
políticos. Por ejemplo, en lo relativo al Estado de bienestar. Pero, lo hizo en
clave social, y desde esa identidad fue conquistando derechos e instrumentos
que llamamos bienes democráticos.
Ahora, desde esa misma condición social el sindicalismo confederal está
librando una batalla gigantesca.
Por ello,
el sindicalismo debe ser muy cuidadoso a la hora de introducir determinadas
opciones de naturaleza política en sus planteamientos, especialmente cuando
éstas pueden dividir o separar a los trabajadores de Cataluña o los que
Cataluña con los del resto de España. ¿Habrá que recordar que la tentación del pansindicalismo ha sido una fuente de
problemas innecesarios entre los trabajadores y de éstos con el sindicato?
¿Tendremos que recordar que, cuando hemos desbordado la dimensión social, se
han creado fuertes laceraciones en el interior de la casa?
Yendo por
lo derecho: el sindicato, en este caso Comisiones Obreras, no puede ir más allá
de lo que ha dicho oficialmente hasta ahora sobre el «derecho a decidir». Optar
por cualquiera de las posiciones que defienden los grupos políticos, sería en
este caso: a) sobrepasar la personalidad del sindicato, y b) generar una
división en el seno de los afiliados.
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