Primer tranco
En estos tiempos de tantas tribulaciones conviene
recordar algunas obviedades como, chispa más o menos, dejó dicho Bertold
Brecht. Que viene a cuento por la
sentencia del Tribunal europeo sobre el tema de las hipotecas. Ha sido una
victoria que, aunque parcial, tiene su enjundia. Pero, ¿una «victoria» de
quién? Especialmente de la presión sostenida de unos grupos que, consciente y
solidariamente, se han enfrentado a todas las tropelías y en no pocos casos han impedido los desahucios; un
movimiento que ha ido llamando la atención de la ciudadanía sobre este problema
gravísimo que, además, ha costado vidas humanas. A partir de ahí se ha ido consolidando un movimiento horizontal que ha
ido tomando cuerpo en los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía hasta
que finalmente ha estado presente en las grandes movilizaciones de masas de los
últimos tiempos. Digamos las cosas con claridad: este movimiento ha puesto en
ridículo a los partidos más influyentes que, gobernando desde el inicio de la
democracia, han mantenido el estafermo legislativo de la Ley Hipotecaria que viene desde
los tiempos de María Castaña.
Hay que celebrarlo. Hay que valorar esta victoria.
Primero, porque lo es objetivamente; segundo, porque, desde esa celebración
austera, es posible seguir avanzando y presionar –siguiendo la
movilización-- para que el Gobierno no
se haga el remolón o rehaga la legislación como, así las cosas, más le convenga
a sus proveedores. Y, desde luego,
para contagiar a la ciudadanía de un entusiasmo temperado (sobre todo,
fundamentado) de que, cuando la fuerza unida y la inteligencia se aúnan en la
acción colectiva de los movimientos, es posible avanzar y conseguir que lo que
pide. Por ejemplo, para arropar con más empuje, si cabe, el proceso de
tramitación en las Cortes de la
ILP.
Hoy he visto las primeras declaraciones de Ada Colau
en diversos medios: chapeau !
Segundo tranco
De esta unidad social de masas y de estos
movimientos horizontales deben aprender las izquierdas políticas.
La primera consideración es: no hay una «gratuita
relación» entre estos movimientos horizontales y un fortalecimiento orgánico y
electoral de las izquierdas políticas. Pero podría ser que, quienes han estado
distraídos –más bien roncando-- durante
este proceso sean juzgados con una cierta severidad por la gente corriente y
moliente con un sarcástico “¿ahora os despertáis?”. Y también podría ser que
esa izquierda política combativa, que tesoneramente, ha estado dando el callo
no reciba posteriormente un respaldo simétrico con relación a los esfuerzos
realizados y a la parte de responsabilidad que le toca por esta victoria que
hemos comentado más arriba. De ahí que se impone una reflexión en la «izquierda
que ronca» sobre su lejanía de las necesidades del común de los mortales;
también la «izquierda activa» precisa un serio análisis de cómo representar,
más y mejor, a millones de personas, y concretamente de qué manera compartir diversamente –esto es, desde su independencia como fuerza política— el
paradigma que defienden los movimientos sociales. Cosa que también le conviene
a la «izquierda que ronca».
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