En junio de 1985 se perdió el referéndum sobre la
escala móvil en Italia. Lo había propiciado el Partido Comunista Italiano que,
como se sabe, contaba en las elecciones generales con más de diez millones de
votos, gobernaba en las principales regiones y en los ayuntamientos de las
grandes ciudades; un año antes el PCI –tras la muerte de Enrico
Berlinguer-- ganaba las elecciones
europeas sobrepasando a la
Democracia cristiana (il
sorpasso). Por eso, cada vez que oigo la palabra referéndum tengo muy
presente aquel acontecimiento. La gigantesca fuerza afiliativa de los
comunistas italianos, su enorme representación electoral y su audiencia en los
sectores organizados de la sociedad no fue suficiente para ganar aquella
consulta.
Lo que digo viene a cuento, tras la exigencia de
Izquierda Unida, de reclamar un referéndum en España para que la población
sancione su oposición a las tan injustas como inútiles medidas del gobierno del
Partido popular. Y sobre ello me devano los sesos.
De un lado, tengo la certeza de que el Gobierno no
convocará dicha consulta. Ni le interesa, ni se lo dejarán hacer las cancillerías
europeas, menos todavía la Unión
europea. De otro lado, me aproximo a la certeza de que el PSOE y los
nacionalistas (catalanes y vascos) tampoco estarán por la labor. Así pues, de
la certeza y de la aproximación a ello, cabe deducir que no habrá referéndum insitucional. Tampoco habrá
dimisión del gobierno, que es la exigencia alternativa.
En esa lógica, la salida no sería otra que la ya
manifestada por la dirección de Izquierda Unida: será convocada con los
requisitos convencionales al uso, pero desde fuera de los aparatos
institucionales. Lo que presupone una ingente movilización de personas,
primero, en la explicación de masas, y, después, una enorme acupuntura
organizativa en todas las fases de esa consulta.
Supongamos, así las cosas, que se lleva a cabo. La
pregunta es: ¿se conseguirían los porcentajes –esto es los millones de
adhesiones— que requiere la ley, aunque esta consulta no fuera de carácter
institucional? ¿Qué sucedería si no se alcanzara dicho porcentaje, a pesar de
la masividad de la participación? Si, como es de esperar, la respuesta –contraria
a las medidas— fuera contundentemente masiva, sería lógico que la valoración
fuese positiva, aunque no alcanzara los requisititos establecidos. Pero,
entonces, los objetivos de ganar el referéndum no se habrían alcanzado. Y de lo
que se trata en una consulta de este calibre no es tener muchos millones de
adhesiones, sino ganarla. Ganarla cuantitativamente.
¿Que se opta por el referéndum? Me olvido de lo
dicho y, sacando del armario mis ardores juveniles, me pongo, en cuerpo y alma,
a lo que se diga. Por mí no quedará.
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