Una conversación sobre LA CRISIS DEL MARXISMO
Querido Paco,
Escribe Marx: “En ningún caso los
sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su
dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se
trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos
metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara
respuesta a lo afirmado por Lassalle, el jefe del Partido socialista alemán:
“el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y
absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”, 1869).
Más de uno, viejo amigo, debió quitar de
en medio estos números de los ejemplares de Volkstaat
y del Der social-democrat. Y debieron ser socialistas alemanes; más
tarde hicieron lo mismo los comunistas que encontraron aquella correspondencia.
De donde se infiere que Ferdinand Lassalle derrotó, durante un largo periodo de
tiempo, al Barbudo de Tréveris en lo referente a lo que, todavía nosotros en
nuestros tiempos, llamábamos las relaciones partido – sindicato. Hablando en
plata: reformistas y revolucionarios en amigable compadrazgo
organizaron una espectacular estafa teórica que tuvo enormes implicaciones en
la práctica. Y, por lo visto, tuvieron que ser los heterodoxos quienes
rescataran el planteamiento marxiano de la independencia del sindicato,
haciendo añicos el lassallianismo que, muy gustosamente, habían admitido
Kaustky y Lenin, Guesde y Pablo Iglesias, Togliatti y Thorez, Nenni y
Berlinguer …, y no sigo para no molestar a los que viven todavía (¡y por muchos
años!).
Te consta, viejo amigo, los dolores de
cabeza que me produjo mi machacona insistencia en la independencia del
sindicalismo. Más todavía, las acusaciones de anarco-sindicalismo que me
endiñaron no pocos de nuestros cofrades. También la de aquellos nicomeditas
como la rosa de Alejandría (colorada de
noche, blanca de día) que decían defender la independencia (relativa) hasta
la puesta de sol, y manifestaban lo contrario cuando la tarde languidecía y
renacían las sombras. Ahora bien, pienso que la independencia –al menos la de
Comisiones Obreras— no se debe sólo a la persistencia de quienes nos empeñamos
en ello sino también, en gran medida, a la gradual irrelevancia del partido de
referencia o, si se prefiere, al partido amigo. Algo así como: simultáneamente
a la mayor minusvalía del partido se iba correspondiendo con una ampliación del
diapasón de la independencia sindical. Con relación a UGT no me atrevo, todavía
(por falta de un análisis más sosegado) a explicar las causas la conquista de
mayores cotas de independencia.
No te puedes imaginar, amigo Paco, las
caras de asombro, primero, que ponían los asistentes a algunas charlas que he
dado sobre estos asuntos (citando la polémica de Marx – Lassalle); también de
“liberación” de los oyentes, como quien dice “menos mal, no somos unos herejes:
Marx nos ampara”. De ahí que, tras “sacar del armario” esos cadáveres de
antaño, vale la pena empeñarse en el ajuste de cuentas definitivo al ingeniero
Taylor, que es algo más peliagudo, pero tan necesario como lo otro.
Por lo demás, retengo también lo que el Barbudo
dice: “la ósmosis” del partido –o de los partidos de izquierda-- con los movimientos de masas. Y diría más: no
en función de las contingencias o necesidades de coyuntura del partido –o de
los partidos de izquierda— sino para abordar las reformas necesaria; y, ahora
mismo, para arrinconar el neoliberalismo son su prótesis termidoriana en el
terreno político.
Con mis mejores saludos de esta noche en la que ya
empiezan a incordiar los primeros petardos presanjuaneros dando por saco al
personal. JL
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Tengo una
rectificación que hacerte, querido José Luis. Una rectificación importante, de
fondo, aunque no se refiere a los asuntos que vamos debatiendo capítulo a
capítulo. Es esta: lo que oíste en la tibia y estrellada noche del sábado no
eran petardos presanjuaneros. Yo los oí también en Poldemarx, pero estaba al
loro y tú no. Fue el estallido de júbilo de la sociedad civil altomaresmense
(¿o se dirá altomarismeña?) al concluir con victoria (por tan sólo 4 puntos)
del Regal Barça sobre el Real Madrid el quinto y decisivo partido del playoff
por la Liga de
baloncesto. Los petarderos no te estaban dando por culo, querido viejo amigo:
te estaban participando su alegría. Hagámosles justicia.
Y paso a
nuestro tema. A mí me parece que el complejo intríngulis de la relación entre
partidos y sindicatos se resuelve de golpe si seguimos el método opuesto al de
los ideólogos, llámenese éstos Lassalle, Lenin o Togliatti. Ellos tienden a
poner las ideas por delante de las personas. Nosotros seguimos a Trentin en el
método de poner a las personas por delante de las ideas.
Y todo se
aclara entonces. Porque el sindicato atiende a las necesidades inmediatas de
las personas (de los trabajadores, vale, pero de los trabajadores en cuanto que
personas completas, pluridimensionales, y no números anónimos ni fondo
abstracto de ‘fuerza de trabajo’) y tira de esas necesidades que hay que
satisfacer en el corto plazo para ir proponiendo jalones colectivos, mejoras
más ambiciosas en la condición subalterna de afiliados y de no afiliados también, y preparar de ese modo la
aparición de escenarios más favorables para la resolución de las pequeñas y
grandes contradicciones que van apareciendo en el camino.
La actividad
sindical no tiene que ver –en principio– con la conquista del poder (o
alternativamente, del gobierno): la del partido, sí. La actividad sindical, por
consiguiente, no puede quedar enfeudada a la línea estratégica marcada por un
partido-guía que intenta conquistar el poder (o el gobierno). El sindicato
tiene su terreno de juego propio y también sus prioridades propias, así de
claro. Y como dijo el Barbudo con santa razón, esta es una cuestión que tiene
que ver con la esencia del socialismo. Podemos pasar un largo rato ahondando
los dos juntos en todas las implicaciones de esa profunda declaración marxiana.
Hay otra
pregunta inquietante, y tal vez impertinente, en este embrollo. Cuando hablamos
de ‘sindicatos’ y de ‘partidos’, ¿de qué estamos hablando en realidad?
¿Pensamos en sindicatos y partidos como creemos que deberían ser, o en los
realmente existentes? El otro día tropezábamos con las etiquetas del
sindicalismo ‘de tutela’ o ‘de alternativa’. Hemos hablado también
repetidamente de lo deseable de la unidad sindical, no sólo de acción sino
incluso orgánica. ¿Y los partidos? ¿Partidos de élites, de vanguardias, de
masas, maquinarias electorales, partidos institución? Señalas certeramente en tu
comentario que no crees en la correa de transmisión pero sí en una ósmosis, no
coyuntural sino permanente, ‘natural’, entre sindicatos y partidos. Pero,
concluyo, tanto unos como otros habrán de dotarse de unas características y
unas praxis determinadas para que entre ellos pueda producirse esa ósmosis, que
hoy por hoy es imposible. ¿Qué órganos, qué filamentos, qué antenas deben
adoptar los partidos políticos para conectar con el mundo sindical, y
viceversa? Si es heterodoxia plantear iniciativas urgentes en ese sentido, me
apunto a la heterodoxia.
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