Conversación entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor. Se
comenta la primera parte del capítulo 6 de “La ciudad del trabajo, izquierda y
crisis del fordismo” de Bruno Trentin, que se encuentra en el siguiente link: CAPÍTULO 6 (1) DE LA TRANSICIÓN AL "SOCIALISMO"
A LA TRANSICIÓN A LA "GOBERNABILIDAD"
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Querido José Luis,
Una
confesión preliminar: no me siento muy seguro de acertar en lo que escribo a
continuación. Esto es una conversación reposada y desinhibida. Apunto cosas y
hago afirmaciones que pueden parecer rotundas, pero no lo son. Espero que tú
pongas las salvaguardas, las correciones y los matices pertinentes a lo que
propongo –soy consciente– muy en ‘crudo’.
Empiezo.
En varias ocasiones en el texto de este capítulo Trentin define la cuestión de
la transición al socialismo como ‘ideología’. Ignoro (pero me figuro) la
intención concreta con que lo hace, y el alcance que él pretende dar a la
palabra: me limito aquí a señalar el dato.
Hubo,
dice Trentin, dos ideologías o concepciones distintas de la famosa transición:
las socialdemocracias del norte de Europa, con un criterio práctico, situaron
la batalla de la organización del trabajo, la protección del trabajo asalariado
y los servicios sociales, ya antes del ‘cambio cualitativo’ decisivo que ellos
también situaban en el momento de la expropiación democrática de los bienes de
producción para poner en pie una sociedad socialista. Fueron ellas las que
sentaron con sus reivindicaciones las primeras bases del estado del bienestar,
antes incluso de la teorización de Keynes.
En
cambio, tanto los partidos socialistas como los comunistas de los países del
sur de Europa tendieron a elaborar ‘vías’ de avance basadas en etapas
compartimentadas con mayor rigidez: 1) acumulación de fuerzas dentro del bloque
de progreso formado por la clase obrera y sus aliados (partidos de masas, y no
de vanguardias); 2) conquista pacífica y democrática del gobierno; 3) control
progresivo y transformación democrática de todos los aparatos del estado
(judicatura, policía, ¡ejército...!), y no sólo el ejecutivo; y finalmente 4),
expropiación de los medios de producción, y transición a la sociedad
socialista. Después de Suresnes, los socialistas retiraron de su programa
máximo esa última fase. En la propuesta, muy refinada, que recibió el nombre de
‘eurocomunismo’, se previeron ritmos diferentes y peculiaridades de país a
país, en función de las características sociales y culturales de cada cual, y
se dibujó un socialismo de arribada sustancialmente distinto del de los países
soviéticos. Pero el fondo de la ‘ideología’ de la transición no varió.
Soy
consciente de estar hablando de antiguallas. Nadie es perfecto, según argumentó
Billy Wilder. O como dijo Sancho Panza, somos como nos echaron al mundo
nuestras madres, y aun algunos bastante peores. Así veíamos entonces las cosas.
En alguna ocasión más o menos próxima espero que se produzca una nueva brega
con Don Renegado y sus adláteres, y las izquierdas de nuestro país o de otros
vecinos avizoren cuartas o quintas vías más certeras que las dos primeras, ya
agotadas, y que las terceras, que han sido un fiasco monumental.
Pero
vamos a la objeción principal de Trentin, la que habrá de tenerse en cuenta en
el diseño de futuras vías. En Italia, y también en nuestro país, los programas
rígidamente compartimentados hacia el socialismo colocaron los cambios
estructurales relacionados con la organización del trabajo en una etapa tardía
del itinerario previsto, poco menos que en el momento de la transición final.
El orden señalado fue: primero el estado y luego la sociedad civil. En las
primeras fases esos cambios ‘no tocaban’, sólo figuraban en el orden del día la
batalla salarial y la batalla más amplia de la redistribución, como elementos
desestabilizadores del capitalismo y aglutinadores de fuerzas de progreso con
la mira puesta en la conquista del gobierno.
En la
base del análisis que se hacía del comportamiento del modo de producción
capitalista quedó incrustado un prejuicio ideológico. No se estimó (a pesar de
la existencia de pruebas en contrario) que fueran a producirse variaciones ni
cambios significativos en las coordenadas básicas de ese modo de producción; y
además, predominaba la convicción de que el progreso de las fuerzas productivas
había de conducir derechamente al socialismo. El capitalismo avanzado, decíamos
entonces, conllevaba ya elementos de socialismo implícitos; ergo, no era
conveniente intervenir en ese ámbito hasta llegado el momento de apartar al
conductor y tomar el volante para conducir el vehículo de la economía hacia el
final feliz de la emancipación humana.
Y hubo
en ese análisis otro error aún, que señalaba el otro día con agudeza Ramon
Alós. Dando por sentado que el fordismo-taylorismo sería la fase más avanzada
del despliegue de las fuerzas productivas del capitalismo, se simplificaron las
complejidades de la realidad concreta y se ‘taylorizó’ a todos los
trabajadores, uniformizando de golpe su situación diversa, sus expectativas y
sus reivindicaciones. Ese pecado original tuvo después consecuencias. Las sigue
teniendo.
Querido
Paco:
Dices
que eres consciente de que estás hablando de “antiguallas” en eso de la transición al socialismo. No lo
comparto. Permíteme, antes de entrar en ello, una pequeña digresión.
¿Estaríamos hablando de “antiguallas” si debatiéramos sobre el fascismo y
recordáramos la famosa polémica entre Togliatti y Thorez, que tuvo lugar a
principios de los años treinta? Yo creo que no. Pues igual te digo: no estás
hablando de cosas viejunas. Por lo siguiente: tanto la vía rupturista de los
partidos comunistas como la gradualista de los socialdemócratas nos han dejado
una serie de secuelas en la relación entre política y economía y, en
consecuencia, tanto en el carácter del Estado de bienestar como en los
contenidos de las políticas contractuales del sindicalismo confederal,
empezando por la negociación colectiva. Aunque la vía socialdemócrata parece
definitivamente archivada y la comunista se ha ido a tomar por saco nos
encontramos, sin embargo, en que la forma de actuar de las izquierdas políticas
y sociales siguen haciendo lo mismo que cuando estaban en los carriles de sus
respectivas vías. Con una ausencia: nadie plantea el socialismo como horizontes
lejanos.
Yo
entiendo que las izquierdas, políticas y sociales, deberían buscar el acomodo
–desde su propia alteridad al sistema y cada cual con su personalidad y
objetivos-- entre política y economía,
entre proyecto y reivindicaciones. Y, desde ahí, recuperar –no digo aquellas
vías al socialismo-- sino, en principio,
la idea del socialismo. Admito que alguien me diga: “hay cosas más urgentes del
ahora mismo”. Tal vez, pero una cosa es cierta: tú y yo, ahora, tenemos todo el
tiempo de mundo en nuestra condición de jubilados para –además de acudir a las
manifestaciones, pegar carteles, repartir octavillas, ir de piquetes— debatir
sobre estas cuestiones. Y, si nos sobra tiempo, pegar la hebra sobre las
batallas de los ciompi en la Florencia medieval allá
por los años mil trescientos y pico cuando aquella crisis que dejó la ciudad
hecha cisco.
Paco,
entiendo que Trentin utiliza la expresión “ideología” en aquella acepción que
le dio nuestro abuelo, el Barbudo de Tréveris, en su polémica con Feuerbach: la
deformación de la realidad en la mente. De donde podemos inferir que las
diversas vías de transición al socialismo eran construcciones, concebidas como
“ideologías”, como algo inventado a palo
seco. Y, así las cosas, las izquierdas se vieron sorprendidas por una serie
de cosas como, por ejemplo, la emergencia
de nuevas subjetividades en el mismo cuerpo de las clases trabajadoras y la
“ruptura feminista”; la aparición en la sociedad civil de nuevas demandas que
se escapaban de las lógicas del conflicto distributivo …
Pues
bien, ahora estamos viviendo la emergencia de un nuevo movimiento, también de
naturaleza trasversal, que recorre una serie de países no sólo europeos y
americanos sino también africanos: los indignados.
Que de manera original afrontan la naturaleza y los efectos de estas
democracias envejecidas con planteamientos políticos de nuevo estilo y con
reivindicaciones que, por decirlo con Trentin, se escapan de las lógicas del
conflicto distributivo. No lo comentamos en nuestra agradable sobremesa en Sant
Pol de Marx, acuciados como estábamos en darle una buena salida a la edición digital
castellana de La città del lavoro.
Lo
cierto es que, al principio, el movimiento del 15 M cogió a contrapié a las
izquierdas políticas españoles y a un buen cacho del sindicalismo confederal.
No te puedes imaginar hasta qué punto esa emergencia
ha provocado perplejidades e incomprensiones en gente tan bragada como amigos
nuestros, sindicalistas, que llevan ciento y la madre de conflictos bajo sus
espaldas. En un principio fueron los celos: “¿qué se han creído estos que salen
ahora?”. Y sorprendidos por el lógico desparpajo de todo lo que aparece de
repente contestaban: “pero si nosotros llevamos cuarenta años en la batalla,
¿qué nos van a enseñar ahora?”. He hablado mucho de esto con nuestro Eduardo
Saborido que tiene una idea de lo más lúcida al respecto, y me cuenta que por
allá se ha enfrentado a algunos amigos, sindicalistas, tan celosos como los que
yo me encontré por aquí. Que incluso han
olvidado la exagerada filotimia comisionera de la que siempre hicimos gala los
sindicalistas de nuestra generación: “aunque se moje, Comisiones no se encoje”,
respondíamos airados cuando la lluvia quería deslucir nuestras manifestaciones.
Es
más, con quienes he discutido sobre ese epifenómeno de los indignados, mis
interlocutores eran más exigentes con éstos que con nosotros en nuestros primeros andares
e incluso con ellos mismos, en estos tiempos de ahora. Por cierto, no me
resisto a darte una sorpresa: he encontrado más prevención entre los
sindicalistas más jóvenes. Algo chocante.
Ayer,
comiendo con Miguel Helecho y Manolo Híspalis, el primero dijo: los indignados
están en la calle y los sindicalistas en el centro de trabajo, así es que están
obligados a entenderse. Manolo y yo le aplaudimos a rabiar en medio de la
sorpresa de los comensales de la mesa de al lado.
Te
saludo, desde la mañana fresquita de Pineda de Marx. JL
Habla Paco
Salvando un malentendido.
No, no iban por ahí los tiros, querido José Luis. Coincido
plenamente, creo que lo he expresado así en nuestros anteriores desahogos, en
la urgencia de revisitar la cuestión del camino hacia el socialismo. Con aviso
incluido al conde Lucanor: «Quien no cata los fines, fará los principios
errados.»
Cuando he definido como “antiguallas”
las anteriores vías, cuando me asaltó de pronto la sensación de estar metiendo
la pata en un terreno pantanoso y ser injusto con toda mi generación, incluida
mi propia persona, es cuando escribí negro sobre blanco las etapas de avance
que enunciábamos, y trompeteábamos con jactancia, en su momento. Sigo
solicitando excusas si ando equivocado y perdido por los cerros de Úbeda, pero
mi sensación, reafirmada por la lectura de Trentin, es que en el itinerario que
nos marcamos entonces situamos la reforma democrática del ejército (¡del
ejército!, me admiro en mi comentario) en un momento anterior a la reforma de la empresa taylorista.
Hasta ahora mismo, cuando lo escribí, no había caído en la cuenta de tal
circunstancia. Y me pregunté, y te pregunto: ¿fue ciertamente así? Porque la
cuestión da un colorido bastante siniestro a la calificación de ‘ideología’ con
copyright del Barbudo en la que Trentin insiste media docena de veces, evitando
con elegancia ir más allá y meter el dedo en el ojo de nadie.
Me apunto por lo demás a la observación
del doctor Helecho sobre el movimiento del 15-M, y la aplaudo como tú sin
reservas. Un saludo también a Eduardo Saborido. Creo que los veteranos ociosos
estamos quizá más predispuestos a escuchar lo nuevo que surge, que las personas
metidas hasta el cuello en las dificultades de todos los días. Pero unos y
otros estamos condenados a hacerlo. Amén.
Saludos, Paco.
¡Qué gusto da leeros, amigos! ¡Y qué capacidad de sugerir temas decisivos! Ambos me recuerdan el verso de TOMAS SEGOVIA: "buscan el limpio decir de un arte de decir / donde escuchar la voz de un arte de vivir". Abrazos desde Aix en Provence
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