domingo, 15 de enero de 2012

LA DERROTA DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL Y LAS REFORMAS LABORALES


La machacona insistencia en las reformas laborales y, sobre todo, el carácter de las mismas es, a mi entender, otra consecuencia de la derrota del capitalismo industrial por parte de los capitales especulativos, de eso que se ha dado en llamar el turbocapitalismo. Una derrota a la que indirectamente alude un trabajo que mañana publicaremos a cargo de Joaquim González, secretario general de Fiteqa-CC.OO.

El capitalismo industrial, al que a lo largo y ancho del pasado siglo se ha enfrentado el sindicalismo confederal, no había tenido más remedio que asumir (con desagrado, por supuesto) la existencia de ciertas normas, que con frecuencia violaba, de obligado cumplimiento que, de un lado, garantizaba el poder contractual del sindicalismo y, de otro lado, tutelaba el Derecho del Trabajo. En ese campo siempre asimétrico se desarrollaba el conflicto social que fue, también, motor de desarrollo de la industria.

No es el momento, ahora, de relatar cómo y de qué manera el turbocapitalismo fue arrollando a los tradicionales capitanes de industria, simplemente dejaremos constancia de  ello. Ahora bien, mutatis mutandi,  fue apareciendo un nuevo paradigma que propició la crisis de principios de la primera década de este siglo y, especialmente, la actual. Frente a ello podemos convenir que las izquierdas políticas –según afirmó educadamente Bruno Trentin sin querer hacer sangre—“estuvieron excesivamente distraídas”.  

Al turbocapitalismo le sobraban los bienes democráticos que representaban los derechos sociales y los controles (asimétricos, hemos dicho y, también, insuficientes) en la economía: así en el centro de trabajo como en los institutos de protección social. En ese estadio, el ejercicio del conflicto social era no sólo una interferencia sino un contrapoder inadmisible.

Por lo tanto, había que, primero, desnaturalizar todo el universo de la contractualidad y, a continuación, poner las bases del retorno a las viejas épocas de antaño. Así pues: rumbo al Siglo XIX. Pero no con la hegemonía del capitalismo industrial sino con el bastón de mando de la financiarización salvaje de la especulación más estridente. Un capitán de industria, no un aguerrido sindicalista, como  Claude Bébéar afirma que “sólo la debilidad de los empresarios explica las licencias que se toman los bancos” (1).

Las consecuencias de todo ello saltan a la vista: un país de nuevos ricos está generando masivamente nuevos pobres que se suman a los de siempre. Cosa que no interesa lo más mínimo a quienes insisten en el carácter de las reformas laborales que proponen. Pero, por lo que se ve, tampoco pestañea esa legión de zanguangos del empresariado industrial que no ve que la vida del turbocapitalismo es la muerte de ellos mismos. “Ya vendrá el Estado a echarnos una mano”, parecen decirse estos hojalateros de hogaño.

En esa tesitura el desarrollo industrial no está presente en discurso oficial alguno (ni ahora, ni antes, todo hay que decirlo): subvenciones, subvenciones y subvenciones.


(1)      Claude Bébéar en Acabarán con el capitalismo (Paidós Estado y Sociedad. 2003)


Radio Parapanda.  LUCHA CONTRA EL PARO.    Escribe Javier López.




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