Algunos opinan que Convergència i Unió, la coalición conservadora de Catalunya, se está entregando de pies y manos al Partido popular. La gota que puede llenar el vaso podría ser la susurrada noticia de que los populares entrarían en el equipo de gobierno del ayuntamiento barcelonés. No obstante, yo veo las cosas de otra manera. No se trata tanto de una entrega como de un abrazo aristocrático entre dos fuerzas políticas que, tal como van las cosas, tienen más cosas en común que las que aparentemente les separan.
Veamos. El nuevo itinerario del nacionalismo conservador catalán se ha desplazado –con el mandato de Artur Mas-- hacia el neoliberalismo tal como indicábamos en NEOLIBERALES A FUER DE NACONALISTAS EN CATALUNYA. Esta es una señal distintiva preferente sin ningún tipo de subterfugios tanto por el tipo de medidas económicas –unas ya en marcha, otras anunciadas-- como por la manera de justificarlas. Ahora es notoria la intención del gobierno catalán de convertir los hospitales públicos de Lleida y Girona en empresas privadas.
Naturalmente el nuevo núcleo duro debe estar aderezado por algunas tapas variadas que, en este caso, es un nacionalismo cada vez más disimulado. Pero este nacionalismo convergente es un solo término y no ya un término-concepto en el que está comprometida toda la endogamia de CiU: unos con fervor y otros, todo sea dicho, con fastidio.
El objetivo de ese abrazo aristocrático es la construcción de un firme bloque conservador en Catalunya, ahora que el Partit dels socialistes de Catalunya se encuentra bajo mínimos y el resto de la izquierda en una situación agridulce. Repito: no es una entrega de los nacionalistas sino una opción explícitamente asumida. Naturalmente, el Partido popular, cada vez con más mando en plaza catalana, recibe esta miel sobre sus hojuelas.
No es nueva esta situación: cada vez que vinieron las cosas mal dadas la derecha catalana apaciguó sus furores para pactar con Madrit. Que hay abundante literatura historiográfica al respecto lo saben quienes se dedican a esas labores. Pero lo nuevo es que aquel catalanismo de antaño era tan sólo un perifollo comparado con el que ha existido hasta hace bien poco. Aquel catalanismo se entregó; el nacionalismo actual se ha abrazado. Esta, pienso desde mi talabartería pueblerina, es la diferencia. Ahora bien, ¿este epifenómeno de la crisis es la causante del abrazo? No tal: Artur Mas ya anunció la nueva singladura en aquella conferencia en la London Scholl of Economics hace un par de años. Lo que no acaba de entenderse es que el Congreso socialista del próximo fin de semana no tenga en cuenta estas cuestiones y sólo parezca importarle quién es el masover de la masía.
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