Me ha sorprendido desagradablemene el lema que –viniendo de la Confederación Europea de Sindicatos— han hecho suyo alguna que otra organización en las recientes movilizaciones. Pongamos, por ejemplo, que hablo de la CGIL. La verdad es que me quedé patitieso cuando en diversos medios ví que el lema (parola d´ordine) era “non all’ austerità”. Y, perplejo, no tuve empacho en pensar que hay no poca confusión en ciertos grupos dirigentes sobre cuestiones de gran calado.
A estos grupos dirigentes (europeo e italiano) les ruego encarecidamente que lean lo que en relación al problema dejó dicho un personaje del que tal vez tengan lejanas noticias. Lo dijo en Austerità y se llamaba Enrico Berlinguer. Y, como estamos hablando de cosas de mayúscula envergadura, recomiendo al personal que hay en lengua castellana un librito llamado “Enrico Berlinguer. Austeridad”, primorosamente traducido por Alberto Nicolás, editado por Cuadernos Materiales, 1978. Hoy ese libro está descatalogado, pero en los aires juncales de Internet es posible encontrar alguna versión castellana de la intervención de Berlinguer.
Pues bien, en apretada síntesis podemos decir que Berlinguer razonaba de la siguiente manera: 1) el desarrollo, tal como están las cosas, choca ya abruptamente con el paradigma medioambiental; 2) es necesaria una política de austeridad que afronte los grandes despilfarros, el inmoderado consumismo. Ahora bien –añadía Berlinguer—“la política de austeridad no es la igualación a la baja ni tiene nada que ver con una recreación de la pobreza”. Y sobre todo afirmaba: es necesario un nuevo modelo de producción y de qué producir.
Los grupos dirigentes de la CES y de la CGIL deberían leer parsimoniosamente que “la política de austeridad no es la igualación a la baja y no tiene nada que ver con una recreación de la pobreza”. Que intencionadamente repito para corregir los defectos (si los hubiera o hubiese) de paralexia. Más todavía, la austeridad no tiene nada que ver con el empobrecimiento; antes al contrario, es la antítesis del despilfarro organizado. Es, ciertamente, la antítesis del fomento de la estructura de consumo típica que potencia un consumo privado individual basado en necesidades artificiales y modos cada vez más sofisticados, pero no más útiles de satisfacerlas, manteniendo a niveles lo más precarios posibles los consumos colectivos, al tiempo que comporta la existencia de ingentes gastos improductivos.
Por lo tanto, la austeridad es una política alternativa que se orienta en otra dirección de los actuales modelos de producción y de qué producir; de los consumos y, por lo tanto, del uso social de las conquistas: un tema que abordé en EL USO SOCIAL DE LAS CONQUISTAS SINDICALES (1). Además, ambas cuestiones tiene un potente vínculo con la defensa y promoción del paradigma medioambiental. De donde, nuevamente, se infiere al carácter transformador de cómo concebía las cosas nuestro amigo Berlinguer. O sea, lo contrario de lo que parecen pensar quienes han puesto en marcha tan estúpida como reaccionaria consigna de no a la austeridad. Porque no han caído en la cuenta de que no es, no es, no es (tres veces no es) una política de nivelación tendencial hacia la indigencia, ni se propone objetivos de mera supervivencia de un sistema económico y social que ha entrado en crisis.
En definitiva, como diría Peter Glotz en su Manifiesto por una nueva izquierda europea, “hay que superar el concepto cuantitativo de progreso y substituirlo por un concepto cualitativo; debe, pues, reconstruir socialmente y ecológicamente el concepto de progreso”. La austeridad berlingueriana es la mejor hipótesis para tan fundamental objetivo. Por ello, granadinamente hablando, recomiendo a los grupos dirigentes de la CES y la CGIL que se dejen de pollas que el agua está muy fría. Que como todo el mundo sabe no es una falta de respeto sino un adecuado consejo gastronómico. Y, comoquiera que estamos hablando de una política alternativa, quiere decirse que la austeridad no es algo contingente, sino de muy, muy, muy largo recorrido.
A estos grupos dirigentes (europeo e italiano) les ruego encarecidamente que lean lo que en relación al problema dejó dicho un personaje del que tal vez tengan lejanas noticias. Lo dijo en Austerità y se llamaba Enrico Berlinguer. Y, como estamos hablando de cosas de mayúscula envergadura, recomiendo al personal que hay en lengua castellana un librito llamado “Enrico Berlinguer. Austeridad”, primorosamente traducido por Alberto Nicolás, editado por Cuadernos Materiales, 1978. Hoy ese libro está descatalogado, pero en los aires juncales de Internet es posible encontrar alguna versión castellana de la intervención de Berlinguer.
Pues bien, en apretada síntesis podemos decir que Berlinguer razonaba de la siguiente manera: 1) el desarrollo, tal como están las cosas, choca ya abruptamente con el paradigma medioambiental; 2) es necesaria una política de austeridad que afronte los grandes despilfarros, el inmoderado consumismo. Ahora bien –añadía Berlinguer—“la política de austeridad no es la igualación a la baja ni tiene nada que ver con una recreación de la pobreza”. Y sobre todo afirmaba: es necesario un nuevo modelo de producción y de qué producir.
Los grupos dirigentes de la CES y de la CGIL deberían leer parsimoniosamente que “la política de austeridad no es la igualación a la baja y no tiene nada que ver con una recreación de la pobreza”. Que intencionadamente repito para corregir los defectos (si los hubiera o hubiese) de paralexia. Más todavía, la austeridad no tiene nada que ver con el empobrecimiento; antes al contrario, es la antítesis del despilfarro organizado. Es, ciertamente, la antítesis del fomento de la estructura de consumo típica que potencia un consumo privado individual basado en necesidades artificiales y modos cada vez más sofisticados, pero no más útiles de satisfacerlas, manteniendo a niveles lo más precarios posibles los consumos colectivos, al tiempo que comporta la existencia de ingentes gastos improductivos.
Por lo tanto, la austeridad es una política alternativa que se orienta en otra dirección de los actuales modelos de producción y de qué producir; de los consumos y, por lo tanto, del uso social de las conquistas: un tema que abordé en EL USO SOCIAL DE LAS CONQUISTAS SINDICALES (1). Además, ambas cuestiones tiene un potente vínculo con la defensa y promoción del paradigma medioambiental. De donde, nuevamente, se infiere al carácter transformador de cómo concebía las cosas nuestro amigo Berlinguer. O sea, lo contrario de lo que parecen pensar quienes han puesto en marcha tan estúpida como reaccionaria consigna de no a la austeridad. Porque no han caído en la cuenta de que no es, no es, no es (tres veces no es) una política de nivelación tendencial hacia la indigencia, ni se propone objetivos de mera supervivencia de un sistema económico y social que ha entrado en crisis.
En definitiva, como diría Peter Glotz en su Manifiesto por una nueva izquierda europea, “hay que superar el concepto cuantitativo de progreso y substituirlo por un concepto cualitativo; debe, pues, reconstruir socialmente y ecológicamente el concepto de progreso”. La austeridad berlingueriana es la mejor hipótesis para tan fundamental objetivo. Por ello, granadinamente hablando, recomiendo a los grupos dirigentes de la CES y la CGIL que se dejen de pollas que el agua está muy fría. Que como todo el mundo sabe no es una falta de respeto sino un adecuado consejo gastronómico. Y, comoquiera que estamos hablando de una política alternativa, quiere decirse que la austeridad no es algo contingente, sino de muy, muy, muy largo recorrido.
Pasmante
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. En algunos aspectos también nos vale para nosotros.
ResponderEliminarDisculpa, José María: estoy hablando de nosotros. Mis saludos, JL
ResponderEliminaroportunisima la referencia berlingueriana; entre los de aqui, creo que es tambien buena la referencia a Sacristan y a la recepción que hizo de Wolfgang Harich, siempre en Materiales.
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