La
tinta no se había secado todavía. Nacía un protocolo, gracias a la mediación
del turco Erdovan, mitad fraile de Putin, mitad soldado de la
OTAN, que permitía a los ucranianos exportar cereales a través del Mar Negro.
Ni veinticuatro horas pasaron tras la firma: Putin ordena bombardear el puerto
de Odesa. La ONU, principal valedora del pacto, pone el grito en el cielo;
Europa protesta igualmente, cuidando no herir las sensibilidades contrapuestas
en torno a la guerra. La Unión Europea, ese tropel de países, cada uno con sus
razones de estado, cada uno con sus cerones llenos de pejiguerías.
¿Hay
contradicción entre la firma del protocolo y el bombardeo a Odesa? Creo que no.
Porque las razones y motivos del protocolo son una variable dependiente de la
función, que es la invasión de Ucrania por parte de Putin. Me explico: el protocolo
ha sido un intento publicitario del gobierno ruso para aparentar conciencia
humanitaria con los países, especialmente africanos, que necesitan el grano,
unos países que –de ser desatendidos-- consolidarían,
todavía más, sus servidumbres, supeditaciones y vínculos con los chinos. A su
vez, han ´concedido´ un protagonismo a Erdogán, que sale fortalecido en estos
momentos. Erdogán que buscaría desesperadamente el Premio Nobel de la Paz.
Una
cosa es clara: si Putin no ha conseguido todavía sus objetivos, sepan que
Europa tampoco ha logrado los suyos. Unos objetivos que, hoy por hoy, nadie
sabe con exactitud cuáles son, y –peor todavía-- con las recientes crisis de gobierno en
Italia y el Reino Unido, la cosa se embrolla y complica cada vez más.
Más
todavía, tengan en cuenta la evolución de la opinión pública europea, que
publica hoy La Vanguardia. Desgraciadamente, se está dando un giro que va de la
exaltación solidaria a principios de la invasión al hartazgo de solidaridad.
Malos tiempos para la lírica.
En
fin, todo esto tiene su origen en un famoso episodio: el rapto de Europa, princesa
fenicia, por parte del incombustible
Zeus.
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