lunes, 31 de agosto de 2020

¿Qué final del trabajo? (10)


 

Nota.--- Seguimos editando una nueva entrega del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´.  Otro capítulo más de la segunda parte a cargo de

Javier Tébar Hurtado

 

La evolución desde hace unos años de las teorías y de las ideologías, que de todo hay, sobre el “Fin del trabajo” suelen presentar a las tecnologías automatizadas como elemento de sustitución del trabajo humano, no sólo en las empresas, también en los domicilios a partir de la llamada domótica. La calificada cada vez más frecuentemente como “4ª Revolución Industrial” tiene como innovación característica la Inteligencia Artificial, la digitalización, la machine learning y los sensores avanzados. Con frecuencia se insiste en que hoy la multiplicación de las innovaciones y su expansión hace que los avances tecnológicos no tengan un carácter y una dimensión equiparables a aquellos asociados a las anteriores revoluciones industriales. No obstante, los discursos sobre la cuestión nos hablan a menudo de esta sustitución del trabajo humano por el robot como la causa de un mundo donde el trabajo como actividad humana constituirá un bien escaso. Esta visión, que no dibuja otra alternativa y se presenta como una dirección única, goza de un amplio arraigo en la sociedad –por ejemplo, el 52,1% de la población española cree que los empleos serán sustituidos por robots— y su repercusión mediática es cada vez mayor[1]. Existen algunos datos que podrían avalarla. En un estudio, basado en fuente proporcionadas por el Banco Mundial, se sostiene que la hipotética automatización de los empleos de baja cualificación y susceptibles de ser sustituidos por robots, harían desaparecer porcentajes elevadísimos de puestos de trabajo en términos globales. El mercado de los robots, se nos asegura, podría alcanzar a nivel mundial en 2019 el valor de 135.000 millones de dólares. Se ha calculado que con el proceso de esta revolución tecnológica a nivel global se destruirán 5,1 millones de puestos de trabajo netos entre 2015 y 2020. En febrero de 2016 la multinacional taiwanesa Foxconn -el mayor fabricante de móviles del mundo, ensamblando para Apple, Samsung, Acer, etc.- anunció que sustituirá al 55% de su plantilla (60.000 empleados) por robots. Otras informaciones nos hablan de que a la cabeza en la reestructuración de su mercado laboral estarían China y Japón. Algunas estimaciones, habitualmente citadas, pronostican que debido al creciente uso de la computarización el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos se encontrará en riesgo en las próximas dos décadas. En el caso español los “análisis prospectivos más prudentes auguran una desaparición de hasta el 12% de las ocupaciones debida a la automatización, que repercutirá con mayor intensidad en los trabajos que requieren menor cualificación. Este fenómeno agravaría la dualidad, la polarización, la sobrecualificación y los altos niveles de desempleo que caracterizan nuestro mercado laboral[2]. En fin, de llevarse a cabo esta eliminación masiva de puestos de trabajo, sin duda, tendría graves consecuencias tanto para las economías desarrolladas con Estados del Bienestar como para las economías periféricas del sistema. Esta predicción se corresponde con la imagen de un mundo con ribetes de utopía liberadora del trabajo, aunque, al mismo tiempo, combina elementos propios de una lectura distópica al estilo orwelliano: la dominación de una minoría, aquella que tiene en sus manos el poder del conocimiento y la tecnología, sobre una mayoría sumisa. Si finalmente se impone esta realidad lo cierto es que “a diferencia del trabajo humano las máquinas no se enferman, no cobran salario, no hay que pagarles seguridad social ni se afilian a sindicatos[3].        

         Ante este cuadro general parece necesario introducir algunos matices e interrogarse, aunque sea sumariamente, sobre tres cuestiones como mínimo. En primer lugar, la insistente afirmación del “trabajo como bien escaso” contrasta con las cifras que se tienen desde una perspectiva del empleo global, estas cifras indicarían que aquel no parece haberse reducido, sino todo lo contrario[4]. La fuerza de trabajo que produce en y para el mercado capitalista se duplicó entre 1980 y el año 2000[5]. Una cuestión diferente es que la reestructuración global del empleo producida desde inicio de siglo XXI haya propiciado una eliminación de puestos de trabajo en las economías desarrolladas -como la de EE.UU., Francia y Japón-, al mismo tiempo que ha favorecido un efecto de expansión del empleo en el exterior -en particular en las economías asiáticas- a partir de las inversiones de esos mismos países[6]. En definitiva, una reubicación del capital industrial. Esta es la justificación de los eslóganes de campaña de Donald Trump sobre su idea de recuperar la industria norteamericana. En segundo lugar, efectivamente el trabajo asalariado con estabilidad en el empleo y con derechos tal como se ha conocido durante buena parte del siglo XX comienza a escasear en las economías ricas, mientras crece el número de trabajos precarios, inestables, inseguros y sin derechos laborales. En tercer lugar, un análisis en perspectiva histórica muestra la variedad de estrategias que el capital ha utilizado de manera combinada para afrontar la crisis de rentabilidad y control de la fuerza de trabajo a lo largo de los últimos cien años de historia. Una de las estrategias desplegadas, efectivamente, ha sido la “solución tecnológica”, pero no cabe olvidar que también ha recurrido a otro tipo de  soluciones estratégicas como son la “solución espacial” -hoy conocida como “deslocalización” de centros productivos o de partes del proceso productivo-, la utilización del “lanzamiento de nuevos productos” -que alienta el desplazamiento de nuevas industrias y líneas de producción-  y la “solución financiera”, es decir, una tendencia del capital a alejarse del comercio y la producción en períodos de intensa y generalizada competencia, con manifestación de episodios agudos de conflicto laboral, optando por dedicarse a las finanzas y a la especulación. Esta última opción estratégica se convirtió en un mecanismo clave para el desarrollo de la crisis de sobreacumulación de la Belle Époque, entre finales del siglo XIX y 1914, cuando se inició la 1ª Guerra Mundial. De una forma parecida, aunque adoptando el carácter de una solución financiera todavía más masiva, habría constituido el mecanismo clave de la crisis de sobreacumulación de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI[7], a cuenta de la expansión del capitalismo de la globalización.

         Al margen de estas precisiones es conveniente atender los matices en el debate sobre este asunto y el nuevo paradigma que representa, así como los escenarios que plantean las diferentes interpretaciones sobre la llamada revolución de las nuevas tecnologías. Durante la década de los noventa del pasado siglo XX, frente al boom tecnológico y de la llamada “Nueva Economía” surgió en EEUU una posición de “fobia tecnológica”, identificada con los “nuevos luditas”, que ha sido defendida por sectores que van desde el anarquismo individualista a determinados grupos ecologistas. Pero en lo fundamental la variedad de lecturas sobre los efectos de estos cambios y cómo afectan a la automatización en el empleo se presenta una oposición hasta cierto punto binaria entre los discursos de los “escépticos” y los “tecnólatras”. Los primeros relativizan los efectos de los cambios tecnológicos, mientras que entre los “tecnólatras” uno grupo abrazan de manera optimista lo que estos cambios representan y sus consecuencias (“tecnoptimistas”) y otro grupo pronostica el fin del trabajo[8].

         Al adoptar una cierta perspectiva histórica para analizar el nuevo paradigma en que nos sitúa la tecnología de la información y la comunicación y sus aplicaciones en la nueva revolución digital, por decirlo resumidamente, surgen otras cuestiones relacionadas con el trabajo y el empleo en una “Nueva economía”. Resultan frecuentes las afirmaciones sobre la “eliminación del trabajo” que no se sostienen de ninguna de las maneras. Así, es conocido que la sustitución de algunas tareas automatizadas no conduce necesariamente a la eliminación del puesto de trabajo que reúne otras tareas no sustituidas. Pero sobre todo el determinismo tecnológico desde el punto de vista de la organización del trabajo es un error a corregir, dado que el cambio tecnológico no corresponde siempre a cambio organizacional. Por ejemplo: el paso de la máquina de escribir al ordenador no modificó la organización del trabajo, la novedad introducida fue en esta ocasión la conectividad, un caso evidente de esto es la actividad laboral en los conocidos como servicios de “Call Centers”, que hoy representan la forma del “infotaylorismo”. En este sentido, no está más recordar que el ingeniero Taylor a principios de siglo XX no introdujo tecnología sino división de procesos de trabajo, encarnando la llamada “Organización Científica del Trabajo”. Esto representó un tránsito “del poder sobre los hombres a la administración de las cosas” -concibiéndose al trabajador como “cosa administrada”- y con el correlato de la enajenación de su conocimiento, tal y como bien sintetiza la frase “El brazo en el taller y el cerebro en la oficina”[9]. Así, pues, intentar analizar el trabajo humano pasando de la OCT taylorista a la tecnología es hacerlo prescindiendo de la actividad de los propios trabajadores. De esa forma lo que tiene lugar es una “simetría apresurada”, tal como alertó ya hace años Ubaldo Martínez Veiga[10].   

         A esta consideración podría añadirse que el efecto del cambio tecnológico en el trabajo no está exento de elementos nuevos y viejos, de contradicciones, de manera que abre posibilidades a que convivan dos realidades cada vez más distantes. La posmodernidad y arcaísmo al parecer no se excluyen mutuamente: se dice que no hay trabajo para los jóvenes y esto convive con la existencia de explotación laboral severa[11] y un crecimiento del trabajo forzoso, formas modernas de esclavitud y trata de seres humanos[12]. Al mismo tiempo que se dibuja el dominio tecnológico en el mundo del trabajo continúan realidades, por ejemplo, como el maltrato a las mujeres que trabajan como porteadoras en la frontera de Ceuta[13]. Estas realidades contradictorias aconsejan asumir que nuestras vidas ya se están desarrollando baja la “membrana tecnológica” -en particular en los países ricos- y que no tiene sentido negar sus potencialidades, pero parece razonable no confiar en que constituyen una nueva solución mágica y curativa a nuestros problemas. Es más, determinadas aplicaciones de estas tecnologías plantean dilemas en el terreno de la ética –la biotecnología, los usos tecnológicos en las “nuevas guerras”, etc.-, así como discusión sobre sus consecuencias sociales y los efectos medioambientales que pueden producir. En cualquier caso el cambio tecnológico y el aumento de trabajo en términos globales, un tipo de trabajo marcado por oficios menos cualificados, hace pensar que el sindicato debe tratar el asunto del trabajo más allá del empleo y más allá del empleo fijo y asalariado.

         Dicho todo esto, finalmente no cabe descartar que estemos emulando a los ciudadanos decimonónicos carentes de claridad y de perspectiva respecto a la revolución industrial que estaban viviendo hace dos siglos, y sobre las que hoy a nosotros no nos cabe la menor duda[14].

 



[1]           Lluís Torrents & Eduardo González de Molina Soler, “La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 2), sinpermiso, 12/12/2016 [http://www.sinpermiso.info/textos/la-garantia-del-tiempo-libre-desempleo-robotizacion-y-reduccion-de-la-jornada-laboral-parte-2]

[2]           Ibidem.

[3]           Mariano Aguirre, “Ascenso de los robots, ¿adiós al trabajo humano?” 13 septiembre 2016 [https://www.esglobal.org/ascenso-de-los-robots-adios-al-trabajo-humano/]

[4]           Datos de la OIT en http://www.ilo.org/global/about-the-ilo/newsroom/news/WCMS_368305/lang--es/index.htm

[5]           Francisco Louçà, “El trabajo en el ojo del huracán: economía digital, externalización y futuro del empleo”, Gaceta Sindical núm. 27 (diciembre 2016), p. 75.

[6]           Guy Standing, Precariado una carta de derechos. Capitán Swing, Madrid, 2014, pp. 55-56.

[7]           Beverly J. Silver, Fuerzas del trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Akal, Madrid, 2005, pp. 51-53.

[8]           En base a la diferenciación propuesta por Lluís Torrents & Eduardo González de Molina Soler, “La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 1), sinpermiso, 06/11/2016 [http://www.sinpermiso.info/textos/la-garantia-del-tiempo-libre-desempleo-robotizacion-y-reduccion-de-la-jornada-laboral-parte-1]

[9]           Una reflexión personal, que vale la pena conocer, sobre este proceso entre los años sesenta del pasado siglo y la actualidad es la de Pedro López Provencio, “Formación, promoción y cualificación profesional” [http://theparapanda.blogspot.com.es/2016/12/formacion-promocion-y-cualificacion.html (3-12-2016)]

[10]         Ubaldo Martínez Veiga, “Tecnología y organización del trabajo. El peligro de la simetría apresurada”, Cuadernos de Relaciones Laborales núm. 3 (1993), pp. 136-137.

[11]            Un ejemplo cercano a nosotros es el tratado por Daniel Garrell, La explotación laboral severa de extranjeros en el trabajo agrícola en Cataluña, Fundació Cipriano García de CCOO de Catalunya, 2014, realizado en el marco del Proyecto AGREE de la UE,[http://www.ccoo.cat/pdf_documents/Recerca%20AGREE%20complert%20versi%C3%B3_22_05_15.pdf]

[12]            La OIT el pasado mes de noviembre de 2016 ha aprobado nuevas normas del protocolo para combatirlo [http://ilo.org/wcmsp5/groups/public/---ed_norm/---declaration/documents/publication/wcms_534399.pdf]

[13]         http://www.apdha.org/media/APDHA-10-vulneraciones-DH-2016.pdf

[14]          Un resumen sobre la tendencia de la sociedad industrial del siglo XIX en Zygmunt Bauman, Memorias de clase. La prehistoria y la sobrevida de las clases. Nueva Visión, Buenos Aires, 2011, pp. 139-152. “Es posible que estemos en plena revolución”, entrevista de Justo Barranco en “Magazine” de La Vanguardia, Barcelona, 2 de noviembre de 2014 [http://www.mgmagazine.es/historias/entrevistas/zygmunt-bauman-es-posible-que-ya-estemos-en-plena-revolución], citado por Joan Fontcuberta, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía. Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2016, p. 20.

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