viernes, 1 de marzo de 2019

Echarle el muerto a otro en el juicio en el Supremo



Aconsejaba Maquiavelo que el Príncipe debe responsabilizarse de los beneficios que otorga a particulares, pero los desaguisados deben ser atribuidos a sus ministros. En realidad, el secretario florentino  dio este consejo tras observar la conducta de los antiguos. El hombre de Pontevedra ha seguido a rajatabla –posiblemente por intuición--  este mandamiento. Cuando las cosas venían mal dadas siempre encontró la manera de echarle el muerto a otros: endosó patológicamente los conflictos políticos a la Justicia. Mariano Rajoy siempre redujo  la política a una mera cuestión administrativa, preferentemente de cartón piedra. Siempre a la remanguillé.

Preguntado en el juicio a los dirigentes independentistas por unas y otras cuestiones, sus respuestas siempre previsibles fueron: o no me consta o eso era cosa «de mis colaboradores». Es decir, estaba indicando a Zoido que las cargas policiales del tristemente famoso Uno de Octubre en Cataluña eran cosa suya. Sólo le faltó decir «sé fuerte, Zoido».  

Pero Zoido es hombre forjado en los solecismos y anacolutos de la política de los viejos casinos. Y, leyendo o intuyendo a Maquiavelo,  no sólo no recogió el guante sino que, aplicando los usos de la organización del trabajo de matriz taylorista, endiñó la responsabilidad de lo sucedido a la secretaria. Perdón, a «los operativos». Los muertos metafóricos, que también eran suyos, no se los iba a comer. Así pues, los muertos (repito, metafóricos) eran cosa de una acción autónoma de los mandos policiales. Zoido se limitó a ver la televisión. Exactamente igual que, cuando su allegado, observó  los atascos de las carreteras bloqueadas por la nieve en su casa sevillana, lejos de la sala de máquinas.

Reminiscencias medievales. El origen de esta expresión --echarle el muerto a otro-- data de la Edad Media, cuando se hallaba el cadáver de una persona asesinada en un pueblo. Si no se conseguía dar con el asesino, dicho pueblo se veía obligado a pagar una multa: era una especie de incentivo para que, si alguien del pueblo tenía noticias del asesino, informase a las autoridades de ello. Por lo que, cuando en un pueblo se hallaba a una víctima de un asesinato, sus vecinos aprovechaban la oscuridad de la noche para trasladar entre varios el cadáver al pueblo vecino, echándoles así el muerto a ellos y librándose de la multa que, de haberse quedado con su muerto habrían tenido que pagar.  

Rajoy le echa el muerto a Zoido; este se lo endosa al jefe de los operativos, y –con toda seguridad--  el mando se lo endilgará al guardia de la porra. Es la jerárquica cadena de mando. Taylorismo de Estado. 


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