Don Federico y doña Vicenta
El sector Viejas glorias
de los socialistas españoles está dramáticamente inquieto. Fueron modistos de
alta costura que ahora están en un sin vivir, que se incrementa a la velocidad
del sonido. Es más, es como si hubiera una competición para ver quién exhibe
con mayor énfasis su propia patología. Es como si no estar en primera línea del
zafarrancho político fuera un castigo. Algunos lo sufren con la tosca
agresividad que ya tenían cuando apretaban el bastón de mando. Un bastón del
que quedan no pocas reminiscencias en clave de orden o consigna, siempre
perentoria. Nunca una sugerencia o consejo. Se diría que es la perplejidad por
la pérdida de cotas de poder. Pero, posiblemente, entrar en las tripas de estas
cuestiones sea más complicado de lo que parece.
Por ejemplo, cuando alguien de
estas glorias antiguas afirma que hay una obsesión podemita (sic) para obligar
a Rita La Más Grande a que abandone su escaño en el Senado, ¿cómo
interpretar esa postura? Importa poco si quien lo ha dicho es Anás o Caifás. O cuando otra
estantigua avisa de que si se pacta con Podemos, él votaría a Rajoy,
atribuyéndose, además, que «todos los españoles harán lo mismo». Ambos
caballeros, como todos sabemos,
Entiendo que lo dicho por ambos
personajes sobrepasa la desmesura y se acerca temerariamente a unos
comportamientos de difícil –para un servidor, se entiende— comprensión. No
obstante, sabemos que es una lucha entre las Torres del Homenaje, mientras los
siervos están abajo, estupefactos, observando el declive de la alta costura.
Lo único que se me ocurre es que
el hecho objetivo de este pathos no
tiene una raíz en las ideas. En mi opinión es un combate de pólipos y divertículos que
requieren una clonoscopia urgente. Sin embargo, no tengo inconveniente en afirmar
que esa solución es fruto de mi incompetencia para entender ese fenómeno.
Sea como fuere y por las razones
que fuesen, las cosas están como las dejó escritas el poeta de La Fuente: «En la mitad del barranco / las navajas de
Albacete / bellas de sangre contraria / relucen como los peces». El poeta lo
denominó Reyerta.
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